EL ECO DE LAS REFORMAS MILITARES BORBÓNICAS EN CÓRDOBA: EL PROYECTO DE UN CUARTEL DE CABALLERÍA
Por Rafael Mendoza Yusta
Jueves 14 de abril de 2011 por Rafael Mendoza Yusta
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EL ECO DE LAS REFORMAS MILITARES BORBÓNICAS EN CÓRDOBA: EL PROYECTO DE UN CUARTEL DE CABALLERÍA.
INTRODUCCIÓN: LA REFORMA DEL EJÉRCITO EN EL S. XVIII.
La llegada de la dinastía borbónica en el s. XVIII supuso la introducción de una nueva organización estatal siguiendo el modelo ya establecido en Francia, que sacaría al país del estado de postración en que se encontraba tras el reinado del último monarca de los Habsburgo.
De entre el conjunto de reformas adoptadas a lo largo de la centuria, todas ellas con un claro sentido centralizador, caben destacar la implantación de los Decretos de Nueva Planta, la aparición de las Secretarías de Despacho en detrimento de los Consejos, la creación de las Intendencias o la reforma de la administración local en un sentido político; la mejora del sistema de comunicaciones comerciales, el establecimiento de manufacturas reales o la creación del Banco de San Carlos desde el punto de vista económico; o bien la puesta en práctica de una doctrina regalista en materia religiosa.
Este conjunto de reformas cuyo fin último era modernizar el Estado, fue completado con el rearme y la reorganización del ejército, llamado a convertirse precisamente en instrumento imprescindible de esta política centralizadora y elemento indispensable para la activa política exterior llevada a cabo por la monarquía a lo largo del siglo.
El mantenimiento de la maquinaria bélica y las constantes guerras acaecidas durante el periodo supusieron una pesada carga para la economía del país que lastró sin duda su crecimiento, si bien es cierto que el mismo fenómeno se daba en el resto de Europa. El s. XVIII fue por definición un siglo guerrero que vio el ascenso de Gran Bretaña a gran potencia, el ingreso de Rusia en el concierto europeo y la aparición de un nuevo astro en el firmamento guerrero, Prusia, que vino a complicar el ya de por sí difícil tablero internacional. España por su parte no pudo sustraerse a las guerras de coalición y las luchas terrestres o navales durante la centuria, pues aun mermada en Europa tras la Guerra de Sucesión, seguía siendo el mayor imperio colonial, lo cual la ponía frente a la agresividad británica1. Este hecho motivó la alianza con Francia mediante los pactos de familia, ya que ambas tenían el problema de sentirse amenazadas, no resquebrajándose la amistad entre ambas naciones (salvo momentos puntuales como durante la Guerra del Rosellón) hasta la invasión francesa ya durante el periodo napoleónico.
Basta una breve relación de las intervenciones exteriores españolas para atestiguar la importancia que el ejército español adquirió durante el periodo. Un ejército que pese a sus derrotas o fallidos asedios a Gibraltar, será capaz de imponerse en la Guerra de Sucesión Española, entronizar aun con dificultades a miembros de la dinastía borbónica en el Ducado de Parma y el Reino de las Dos Sicilias, reconquistar Orán o recuperar Menorca y Florida de manos británicas. Veamos a continuación cuál era la situación del ejército en el siglo de las luces.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL DURANTE EL SETECIENTOS.
Con la llegada de la nueva dinastía, la milicia española, que padecía una situación de total abatimiento, desprestigio así como una nula capacidad combativa, sufrirá una intensa transformación. El nuevo ejército destacó por su carácter permanente y profesional, además de una nueva organización administrativa basada en un sistema disciplinario y centralizado en torno a dos órganos fundamentales, el Consejo de Guerra, órgano colegiado, y el Secretario de Estado y de Despacho de Guerra. Por otra parte se introdujo un nuevo modelo de instrucción en la infantería con el uso del fusil y la bayoneta en lugar del mosquetón, se perfeccionaron los servicios de acuartelamiento, intendencia y transportes, etc. Pero el cambio fundamental estuvo en su composición.
El soldado profesional dejo de proceder casi en exclusiva de los sectores marginales de la sociedad, sustituyéndose por efectivos de mayor calidad con un mayor apego a su país y una mayor conciencia patriótica. No se trataba aún del soldat citoyen de la Revolución Francesa, pero se constituyó al menos un ejército de base nacional pese a la existencia de importantes contingentes de mercenarios extranjeros2. El hecho fundamental fue la implantación de las nada populares quintas, completándose el número con los voluntarios de las partidas de recluta y como no, llegado el momento, con las levas forzosas.
Por lo que respecta a los cuadros se procuró que nobles e hidalgos fueran el nervio de la milicia, mientras se crearon cuerpos novedosos como el de Ingenieros y Artillería, con academias propias, que vinieron a solventar parcialmente la inexistencia de un cuerpo de oficiales y especialistas en estas ramas.
El ejército resultante del conjunto de reformas expuestas fue una mezcla de tradición y modernidad que vino a prestigiar la carrera de las armas. Fue dotado asimismo de unas Ordenanzas, las de 1768, que regían los principios morales de la milicia, llegando con pocos cambios hasta la actualidad. Una costosa maquinaria bélica que salvo en periodos concretos no dejó de crecer, de modo que para 1781, reinando el tercero de los Carlos, el pie de ejército se componía y sumaba, al menos sobre el papel, más de 110.000 hombres entre regimientos de línea, infantería ligera, caballería o artillería.
La magnitud de los efectivos señalados convirtió a las fuerzas terrestres y navales en el primer gastos estatal (el 77% en 1571), pudiendo solo mantenerse gracias a los caudales americanos, que alcanzaron la cifra record de 25 millones de pesos anuales durante el quinquenio 1749-53 reinando Fernando VI. Es necesario señalar sin embargo que la división de esfuerzos entre la Armada y el Ejército propició una falta de especialización y técnicamente el último era inferior al de las grandes potencias como se demostró en el transcurso de las posteriores guerras revolucionarias.
LOS INGENIEROS MILITARES Y LA CONSTRUCCIÓN DE CUARTELES.
Como se ha referido en las líneas anteriores, una de las novedades del siglo fue la creación del Cuerpo de Ingenieros Militares, que desde su fundación en 1711 cumplió importantes tareas de ordenación espacial al servicio de la política centralizadora de la monarquía borbónica, ayudando además a la difusión de nuevas ideas traídas del extranjero.
Formados primeramente en Bruselas y con posterioridad en las Academias Matemáticas de Barcelona, Orán y Ceuta (ulteriormente sustituidas por las de Zamora y Alcalá de Henares), los ingenieros recibían enseñanzas, además, de otros conocimientos de la ciencia moderna como geometría, hidráulica o dibujo. Con este bagaje, sus funciones específicas se centraban en las necesidades propias de la defensa del territorio a través de la construcción y reparación de edificaciones y cuarteles, si bien en ausencia de un cuerpo de ingenieros civiles como el que había en Francia, colaboraron también en la construcción de canales, caminos y proyectos de desarrollo urbano; además de la dirección y construcción de puertos, canales o levantamiento de planos cartográficos3.
Precisamente, la creación de un cuerpo permanente de defensa del Estado en el s. XVIII, planteó nuevas necesidades derivadas de las condiciones de vida de la milicia. Una de ellas fue el alojamiento permanente de las tropas en lugares más estables y seguros que los campamentos. Las Reales Ordenanzas regularon en todas sus promulgaciones el alojamiento de las mismas cuando se detuviesen en las poblaciones, bien como permanencia ocasional o como culminación de una etapa de viaje. Antes de la construcción de cuarteles se utilizaba, si la situación era permanente (lo que sucedía generalmente en ciudades grandes y mejor abastecidas), mesones o casas deshabitadas que se alquilaban para tal efecto. En otras ocasiones el alojamiento se completaba con las casas de los vecinos, pero dado que los nobles y el clero estaban exentos, se utilizaban las de los pecheros, a los que correspondía además aportar el dinero para el alquiler de los mesones y todos los utensilios necesarios (camas, velas, jergones, etc.).
El alojamiento de los soldados era oficialmente considerado como apetecible al permitir a los pueblos dar salida a sus productos, aunque en realidad eran pocos los beneficiados y muchos los que tenían la contrapartida de la incomodidad de tener que compartir el espacio entre soldados y vecinos, quejándose a menudo los segundos del comportamiento de los primeros. Las relaciones topográficas señalan varios pueblos que achacan su despoblamiento al alojamiento, siendo el privilegio más preciado quedar exentos de tal función (pese a lo cual a veces habían de admitirlos). Esta difícil situación originó numerosas solicitudes elevadas por las ciudades señaladas como lugar de alojamiento para construir cuarteles en ellas, aun aportando sus vecinos el dinero, sacado en muchas ocasiones del arbitrio que tenían destinado para utensilios y alojamientos.
No es de extrañar por tanto que cuando se promulgó el Real Decreto de diciembre de 1748 sobre “Rebaja en la contribución de la sal y destino del valimiento de arbitrios a la fábrica de cuarteles”, numerosas poblaciones de Andalucía (donde se acumulaban tras Cataluña el mayor número de efectivos militares), solicitasen la construcción de cuarteles, 25 entre 1733 y 1769, estando entre las que escriben a la Secretaría de Guerra por medio del gobernador de la región Córdoba o Castro del Río4.
La nueva tipología constructiva vendría a dar solución al alojamiento de un grupo numeroso de hombres con unas necesidades concretas y aunque si bien fueron muchos los proyectados y pocos los efectivamente realizados, éstos junto con la adaptación de antiguos edificios para tal fin, contribuyeron a solucionar además el déficit de vivienda que existía en España5. Hay que tener en cuenta a este respecto que en esta época gran número de ciudades españolas estaban todavía delimitadas por las murallas y lo que se daba era una redensificación hacia el interior de la ciudad más que una expansión que permitiera ampliar el espacio urbano y con ello el número de viviendas, sirviendo por tanto los cuarteles para evitar problemas mayores a las ciudades.
Las tipologías de cuarteles de nueva construcción aparecidas a lo largo del siglo tendrán presentes cuestiones como la firmeza del terreno, la mayor comodidad de los soldados, la higiene, la existencia de aire puro y limpio, la cercanía de las aguas, la buena salida de las mismas para evitar la contaminación del ambiente o la preferencia para construirlos sobre lugares elevados y aireados que evitasen enfermedades. En todo caso evolucionarán desde un primer momento en que las tropas residen dentro de un recinto fortificado unido a la muralla con sus soldados prestos para la lucha con el enemigo exterior al recinto amurallado, a un segundo en el que se trata de un edificio aislado en el que se plantean las necesidades y servicios de tropa, en un ambiente que acoge al soldado durante los periodos de paz.
El primer modelo, definido por Vauban, se caracterizaba por la existencia de edificios longitudinales cercanos o adosados a las cortinas de murallas, estando divididos por una pared central y otras en sentido transversal que originaban aposentos para los soldados (con capacidad para cuatro o seis camas para tres hombres cada una de ellas), además de pabellones para los oficiales en los extremos. Así, se resguardaba a los soldados de las inclemencias del tiempo y se les dotaba de un lugar en el que recogerse durante los ratos libres.
El modelo, que tuvo éxito en muchos otros países aparte de Francia, llegó a España de la mano de Jorge Próspero Verboom, Ingeniero General de los ejércitos de Felipe V que había sido educado en la Academia de Matemáticas de Bruselas dirigida por Sebastián Fernández Medrano y estaba formado en los principios de Vauban. A este respecto redactó por el Reglamento de 1718 el conocido como “Proyecto General Impreso”, que acompañado de un plano, dictaba el modelo de cuartel de nueva planta que había de construirse en las provincias6.
El Proyecto planteaba un edificio longitudinal, dividido por un muro medianero, con pequeños aposentos para agrupar a diez o doce soldados y una escalera que comunicaba a la calle cada cuatro aposentos. En los extremos pabellones para oficiales y para la caballería cuadras aparte, formando estas con el edificio de infantería un patio para ejercicios.
El segundo tipo citado fue el propuesto por Belidor (ingeniero de origen catalán aunque de educación francesa), que tendrá validez hasta mediados del s. XIX. Consistía en agrupar cuatro cuerpos de edificaciones en torno a un patio central dedicado a los ejercicios de la tropa, con la disposición del antiguo cuartel de Vauban para cada uno de ellos, añadiéndose a veces un corredor que daba al patio para la comunicación de las habitaciones de la tropa. En los cuarteles de caballería, los caballos se colocaban en el piso bajo distribuidos en cuadras, mientras que los hombres se alojaban en el piso superior y en los extremos solían colocarse los oficiales, estando los lugares comunes aparte.
CÓRDOBA EN EL SIGLO DE LAS LUCES.
Todavía en s. XVIII el Valle del Guadalquivir presenta una gran densidad humana merced a ser un polo de atracción al entrar por sus puertos los caudales americanos, así como fruto del natural incremento demográfico. Sin embargo las ciudades del interior como Córdoba, que contaba con una población de 34684 habitantes según el censo de Floridablanca de 1787, presentaban una situación de estancamiento. Prueba de ello son testimonios como los de Ponz, que señala que aunque existían fuertes caudales de eclesiásticos y mayorazgos no había ningún género de fábricas y la actividad económica se limitaba a comerciar con algunas bayetas y aceitunas embarriladas; de hecho en carta del Intedente a Floridablanca se habla del mal repartimiento de tierras en pocas manos todas ellas y ausencia de industria en comparación con el siglo precedente cuando había telares de lana y sedas, fábricas de agujas reputadas, etc. Efectos de la desocupación eran el ocio y la miseria, con grueso número de mendigos que peleaban por las limosnas del obispo y el clero, por lo que se proponía fundar hospicios para recoger a dicha gente y someterla a trabajo forzoso.
Los comentarios sobre la fisonomía de la ciudad que hacen los viajeros tampoco eran los mejores. El británico Mayor Dalrympe o el mismo Ponz mencionan la multitud de calles estrechas, irregulares y mal empedradas, mientras que Leandro Fernández de Moratín critica por este último hecho al Corregidor al que acusa de no querer que se barran las calles por temor a descarnar las piedras, teniendo como consecuencia que las calles, plazas y sitios públicos tuvieran el aspecto de letrinas y muladares. La inexistencia de alumbrado público así como las hondonadas, aguas cenagosas y rebalsadas, completan un cuadro que sorprendía a los viajeros que visitaban nuestra ciudad.
Pese a todo ello, es innegable que se dio a lo largo de la centuria una tímida renovación urbanística concentrada sobre todo en la segunda mitad del siglo, quizás como síntoma de cierta recuperación social y del pulso económico o político. De este modo se crean a lo largo de la centuria numerosas fuentes (la de la Piedra Escrita, Calle de la Feria, etc.), se derriba parte de la muralla y torreones que cercaban la ciudad, se repara el puente o se inicia la obra del Murallón de la Ribera a la par que en lo relativo a obras de esparcimiento y recreo se ordena el paseo de San Antón y se inicia la alameda del campo de la Victoria7.
Precisamente el cuartel proyectado vendría a regularizar y ordenar urbanísticamente la zona del Campo de la Merced, cuyo hermoso llano se empleaba para actos tales como revistas y paradas militares, fuegos artificiales y corridas de toros8. De hecho en 1759 con motivo de la entronización de Carlos III se construyó en el lugar una plaza de madera donde se lidiaron 32 toros en corridas de mañana y tarde durante el mes de noviembre.
La realización del proyecto del cuartel de caballería se encargó al ingeniero Antonio Ruiz Hurtado (que firma como Antonio Hurtado), siendo requerido en calidad del "ingeniero más hábil de Andalucía" y que por entonces se hallaba trabajando en las obras de la Real Maestranza de Artillería de Sevilla. Este sobresaliente personaje, nacido en Polán (Toledo) en 1728, fue patriarca de una saga de distinguidos ingenieros entre los que destacan sus hijos Francisco y Mateo Hurtado, alcanzando a lo largo de su prolífica vida los honores y empleos más distinguidos.
Ingresó como cadete el 11 de mayo de 1745 en el regimiento de Asturias, ascendiendo tres años después a Subteniente en dicha unidad según el modelo de formación regimental de la época. Estudió posteriormente en la Academia de Barcelona donde se convierte en Ingeniero Delineador en 1752, empleo que tras el Real Despacho de 19 de octubre de 1756 se equiparó al de Subteniente de infantería, si bien un año después asciende a Ingeniero Extraordinario (Teniente).
A partir de este momento tenemos noticias de sus trabajos, con varios planos relativos a la plaza y ciudadela de Pamplona (1756), tras lo cual es destinado a la plaza de Ceuta, siendo ascendido en 1760 a Capitán e Ingeniero Ordinario. En 1762 es destinado a Cádiz a las órdenes de Silvestre Abarca, donde el año siguiente recibirá un Oficio del Gobernador de la plaza comunicando la Real Orden que lo destina a servir en su empleo en la Habana, momento en el cual solicita casarse con Doña Ana de Toledo.
Con anterioridad a 1767 estuvo destinado en Barcelona a las órdenes del Comandante General Juan Martín Zermeño, en la nueva plaza de San Fernando de Figueras, desde que empezó la obra. De 1767 a 1769 está destinado en la Habana (perdida años antes y vuelta a recuperar por España de manos británicas), sin embargo está de vuelta en la península muy pronto (acaso reclamado por su valía), teniendo en cuenta que los ingenieros se destinaban cinco años a Indias y lo habitual era que el plazo se alargara. Regresa así a su destino gaditano (1770) donde es nombrado vocal de la Real Junta de Fortificaciones de Cádiz y está a cargo interinamente de la dirección de las obras de la plaza por ausencia del Director Juan Caballero hasta 1778, aunque en alguna ocasión más volverá a encargarse de la dirección de obras de la plaza9.
En 1785 ya es Coronel e Ingeniero Jefe además de Comandante interino de la obras de fortificación de la plaza gaditana, que a partir de este momento dejará de lado para ocuparse del almacén de pólvora y ensanche del taller de afinos de la Real Fundición de Artillería de Bronce, además del cuartel de caballería que había de construirse en Sevilla. Es precisamente en este momento, en plena madurez de su carrera, cuando se desplaza a Córdoba para proyectar en 1787 el que aparece con título como “Plano del proyecto de un cuartel para dos escuadrones de caballería o dragones, y cinco o seis partidas de remonta con algunos pabellones para oficiales que de orden de Su Majestad se propone para su ejecución en esta ciudad de Córdoba, en el Campo de la Merced”, si bien consta asimismo que se pensó en un primer momento en adaptar para tal fin el Colegio de Santa Catalina que fue de jesuitas, para lo cual el ingeniero hizo un plano, de la misma manera que dibujó otro del terreno del campo de la Merced donde se ubicaría el futuro cuartel10.
No sería no obstante el último proyecto que planearía en la provincia, pues tras continuar brillantemente su carrera, galardonada con los más importantes ascensos (Cuartel Maestre de Tolón durante la Guerra del Rosellón, Mariscal de Campo en 1795, Teniente General en 1802, falleciendo como Director Subinspector del Cuerpo de Ingenieros en 1807), prepara en 1805 un croquis para una casa posada en la localidad de Lucena, destinada también a cuartel de caballería.
EL PROYECTO DEL CUARTEL DE CABALLERÍA.
El cuartel para Córdoba encaja en líneas generales dentro del que hemos venido a denominar modelo Belidor, pues entre otras cosas, se trata de un cuartel de nueva planta exento y situado fuera de la muralla.
Desde el punto de vista formal tiene forma rectangular con una prolongación de los lados cortos en alas que proporcionan a la fachada principal forma de “U”. El edificio se distribuye en torno a un gran patio central donde se ejercitarían las tropas en sus ejercicios de equitación y donde también realizarían a pie ejercicios de instrucción con paso corto, redoblado, oblicuo, circular y de hilera en expresión de la época. El patio principal estaría rodeado de cuatro cuerpos de edificaciones, aunque los cuerpos laterales se distribuyen a su vez en torno a patios menores o corralones.
La edificación proyectada tenías dos alturas, al menos al exterior, ya que como indica el propio ingeniero en el volante que adjunta a los planos, la Real Orden previene que se procure en el proyecto el menor coste posible, no llevando adorno alguno el edificio ni doblándose los corredores a fin de excusar gastos pero de modo que parezca completo al exterior en ambas piezas de sus cuatro fachadas, pudiéndose no obstante doblar cuando hubiese caudal para alojar partida de recluta. Es necesario aclarar en este sentido que las partidas de recluta eran los grupos de soldados y oficiales que a modo de banderín de enganche recorrían los pueblos haciendo proselitismo y reclutando nuevos hombres para la profesión militar.
Tal y como en el modelo Belidor, el piso bajo del cuartel de caballería estaba destinado a las cuadras de los caballos, concretamente seis para las monturas de las seis compañías que componían los escuadrones con sus correspondientes pajaretas, distribuidas en el cuerpo contrario a la fachada principal y en un lateral. También en este lateral se disponía la enfermería de los caballos con un acceso diferenciado y pequeño patio cerrado para evitar la propagación de enfermedades de los animales.
En el cuerpo lateral restante se encontraban las cinco cuadras de las partidas de remonta, encargadas de comprar animales y criarlos con la finalidad de surtir de caballerías a los escuadrones. También se encontrarían aquí el alojamiento para el herrador de los escuadrones y el vivandero, estando cercana la cuadra para los caballos de los oficiales. Los abrevaderos para las caballerías por su parte, se disponían por el patio y los corralones adjuntos.
Cabe destacar en el piso bajo la entrada más importante del cuartel en la fachada principal, que consta de un cuerpo de guardia, el del oficial y la prisión. No hay que olvidar a este respecto que las deserciones eran extraordinariamente comunes en la época y que los cabos cuartel tenían la misión de vigilar a los sospechosos. El resto de entradas serían secundarias, para la entrada y salida de animales, sacar estiércoles y a los caballos al fresco. La ausencia de un mayor número de entradas permitía una mejor vigilancia con menos tropa, dado que el cuartel no se encontraba además situado dentro de la ciudad.
Entre el resto de dependencias estaban las cocinas, divididas para que pudiese haber alguna separación entre los distintos regimientos, donde se preparaba el sustento de la tropa, consistente en una única comida compuesta de dos onzas de tocino, cuatro de arroz o el equivalente en menestras y despojos. También estaban los lugares comunes o una serie de pabellones sin ningún cometido concreto, prestos a utilizarse para cualquier fin, por ejemplo alojar partidas de recluta o a algún regimiento que se encontrase de paso realizando la “muda”11, fatigosa marcha que realizaban los distintos regimientos todos los años con un itinerario prefijado, pues pocos de ellos tenían una residencia estable.
El piso alto, al que se accedería a través de varias cajas de escalera, se dedicaría al alojamiento de la tropa fundamentalmente. A este respecto hay que señalar que frente a la opinión de ingenieros como Ignacio Sala (Ingeniero Director de Cádiz durante la primera mitad del siglo XVIII), que apostaba por la creación de alojamientos capaces para una compañía completa de modo que quedasen separadas unas de otras pero no sus miembros entre sí (con las consiguientes ventajas de un mayor control de la limpieza y el orden, menos robos o servicio de tropa), otros ingenieros como el propio Verboom alegaban que en alojamientos para tantos hombres juntos no podían dormir las mujeres de los casados al no haber aposentos separados, faltaba higiene al tener que dormir tantos hombres juntos (más aún teniendo en cuenta el cálido clima del sur de España), aparte de escasa comodidad y quietud. En el proyecto de cuartel que tratamos se recogieron no obstante ambas cuestiones, pues la idea que aparece sobre el plano es crear grandes alojamientos para compañías completas con las habitaciones de los sargentos en los extremos, de manera que al estar separados de la tropa no perdieran su autoridad; además de habitaciones más pequeñas para los casados, separados del resto de la tropa.
En todo caso la vida en el cuartel no debía ser fácil, pues en el último tercio de siglo solo existía una cama para cada dos soldados que se turnaban en su uso. Pocos más enseres había en el dormitorio, por cada veinte hombres una mesa, dos bancos, un baúl, una jofaina y una lámpara de aceite. Por lo demás la vida de la tropa transcurría de forma monótona. Dado que debido a la falta de efectivos los soldados estaban casi siempre en servicio, tenía poco momentos de ocio. Sus momentos de descanso correspondían a las horas que mediaban entre la lista de la tarde y la retreta. Durante ellas y después del rosario, cuyo rezo era obligatorio en los cuarteles, el soldado podía pasear fuera del cuartel. Era relativamente común que ejercieran en esos momentos algún oficio artesanal para ganarse unas monedas que complementaras sus exiguos ingresos, que llegaba en algunos casos a la indigencia por el retraso del prest.
Los oficiales y cadetes solían pernoctar fuera del cuartel en casa propia, mientras el resto de componentes de los escuadrones se situaba aparte. Así, encontramos en el lado menor derecho los alojamientos individuales del Mariscal mayor (albéitar militar), el sillero, el picador, trompeta y timbales, mientras que en el cuerpo opuesto están los alojamientos de la tropa de partida de remonta, encima de las cuadras del mismo nombre. Por último aparecen piezas dedicadas a los depósitos de vestuarios y otros tantos pabellones que coinciden con aquellos sin cometido concreto en el piso bajo, esta vez en el superior.
Desde el punto de vista estético el proyecto de cuartel presenta una rigurosa uniformidad, con una fachada elementalísima cuyo único adorno son los huecos de las ventanas que horadan los volúmenes del edificio. El único motivo decorativo consiste en la alternancia de vanos, a veces adintelados, otras con arcos rebajados o de medio punto, con la clave de la entrada principal rematada con un motivo ornamental si atendemos al perfil del edificio que aparece conjuntamente con el resto de planos, posiblemente las armas del rey.
Para romper la monotonía de los volúmenes macizos y definidos se hace avanzar los cuerpos laterales, provocando juegos de luces y sombras muy del gusto de los arquitectos neoclásicos más avanzados del momento, pero lo que más destaca del edificio es la impresión de solidez y firmeza como medio de expresar la consistencia y el poder de la organización estatal que representan. Contribuye a ello el empleo de materiales como la mampostería que refuerza en sus ángulos, puertas y ventanas los sillares de piedra. El cuartel, al tener dos alturas, se destacaría además por encima del caserío de la zona y al estar libres de edificios alrededor se potenciarían aún más su altura y dimensiones.
Late en el proyecto una preocupación higienista ilustrada en lo referente a los espacios abiertos y corredores por donde circulara el aire, la existencia de luz suficiente para evitar la oscuridad y humedad en las habitaciones, la higiene que evitara infecciones, etc. intentando solventar de este modo el habitual problema del hacinamiento de la tropa en dormitorios insalubres y mal ventilados. No obstante lugares donde se concentraba la suciedad como las cuadras seguían estando conectadas con los alojamientos por cajas de escaleras mal ventiladas y los lugares comunes para la tropa permanecían dentro del propio edificio y no separado del mismo como algunos ingenieros recomendaban.
Como conclusión a todo lo expuesto hay que referir que si bien nunca fue una realidad física, la ciudad de Córdoba tuvo, al menos sobre el papel, un proyecto de cuartel diseñado por el que quizás fuera el más importante ingeniero militar español de la época. En todo caso y aunque al final se acudió a la fórmula de usar edificios religiosos ya existentes para tal fin en la siguiente centuria, proyectos de la época como el que se ha descrito en las líneas anteriores muestran fielmente el pensamiento, los largos estudios y cavilaciones de sus correspondientes autores, reflejo y resultado de los planteamientos arquitectónicos de los ingenieros del setecientos.
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DOCUMENTACIÓN GRÁFICA.
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Planos sin catalogar de la Cartoteca del Instituto de Historia y Cultura General Militar del Ministerio de Defensa.
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