Presentación del Aula de Historia
A las 10,30 de la mañana del día 23 de febrero de 2009, de manera oficial, empieza la nueva andadura del Aula de Historia que la Asociación promueve en colaboración con el Excmo. Ayuntamiento de Córdoba. Es el Sr. Concejal – Delegado de Cultura, D. Rafael Blanco, quien da la bienvenida a ponentes y asistentes a los Ciclos programados para el Año 2009 que no tienen otros intereses que los de llegar a la Historia desde la ciencia y no desde la imaginación, reconstruir nuestra memoria histórica y divulgar la Historia de Córdoba con rigor y sistematicidad entre la ciudadanía. Los Ciclos de este curso se inician tratando la relación entre la Literatura (creación) con la Historia (realidad que supera la fantasía). El segundo ciclo, acorde con el “año del exilio”, reflexionará sobre el exilio cordobés en sus facetas literaria, estética y política. A la vuelta del verano, trataremos de las raíces de España (visigoda, sefarad y cristiana), para cerrar el año con un ciclo que relacionará la Historia y el cine. Actividades que se completarán con la presentación de Libros y unos paseos por Córdoba, donde la historia está en sus calles y sus gentes, como dice el Profesor García Parody, director académico del Aula. Ayuntamiento, por un lado; Asociación, por otro; temas interesentes y ponentes con ciencia de su materia y arte para transmitirla hacen que el Aula de Historia empiece a tener prestigio en Córdoba. Por la parte que nos afecta, nos congratulamos de que la Asociación sea un respaldo del Aula, de tal forma que ésta tiene ya una acogida tan emotiva que compite y vence al fútbol de los miércoles, como pudimos comprobar el año pasado.
Ciclo: Literatura e Historia
Literatura e Historia es posible (21 de febrero de 2009)
“La Historia comienza con la escritura donde se refleja toda la vida, desde la económica a la fantasía”, comienza diciendo Francisco Olmedo al abrir la sesión. A continuación, D. José Calvo Poyato, profesor, investigador, escritor con rigurosidad en la creación y hombre comprometido con la “respublica”, inicia su conferencia afirmando que “entre la Literatura y la Historia hay elementos y relaciones en común; la objetividad de la Historia es interpretable, por más que la Historia no es creación literaria”. La Historia es estudio y narración de hechos dignos de memoria: rigor La Literatura es arte de crear por medio de la palabra: ficción. Hay creaciones literarias emparentadas con la Historia: Historia novelada, ensayos históricos, novela de caballería, pastoril, picaresca de aventuras, novela histórica, ... La novela histórica, en concreto, aparece en el Romanticismo, principios del S. XIX, con autores como Walter Scott, quien tuvo que esconderse bajo el seudónimo del Mago del Norte porque la novela desdecía de la poesía que cultivaba. Autor que, si en su primera novela, versiona la lucha de los Estuardo contra los Tudor con criterios de novelista creador, con la segunda, Ivanhoe, resuelve entuertos (como los caballeros) con los conceptos históricos del momento con ropaje literario. El Romanticismo también mira al pasado y a sus ideales y personajes ya que la burguesía naciente no tiene la “poesía” de los héroes medievales, sus valores y acciones. Así, Víctor Hugo escribe “Nuestra Señora de París”, bien recibida por el público al coger el pasado medieval y sus personajes, aunque presentados con tratamiento novelesco. Y lo mismo ocurre “Los Novios” de Manzoni, ambientada en el S. XVII con opresores y oprimidos; o con novela que, con la influencia de Walter Scott, escribiera Pushkin: “La hija del capitán”, el líder que se rebela contra la opresión. Una mirada atrás con lenguaje literario y elementos subjetivos. En España estamos bajo el despotismo del “Deseado” Fernando VII, y, sin embargo, también se producen novelas históricas. Léase, “Los moriscos de la Alpujarra” Y, una vez desaparecido el Rey Felón, véase a Larra con su Doncel de don Enrique el Doliente; o léase el Sancho Saldaña, de Espronceda, o El Señor de Bembibre, de Gil y Carrasco: Todos son autores que gozan del favor del público. Son textos elaborados con adecuación al momento histórico. Son novelas verosímiles, que tratan la verdad histórica con respeto al hecho histórico y personajes que son fruto de la creación del novelista de acuerdo con el perfil que la Historia nos ha dado de ellos. Así, pues, la novela histórica no desaparece cuando lo hace el movimiento literario junto al que nació. Y así, aunque la Pardo Bazán dijera que “ya no es posible”; Valera, por el contrario, opina que la novela histórica no morirá nunca. Y así, tenemos a Galdós (Episodios Nacionales), a Flaubert (Salambó), y tantos otros autores que, sin necesidad de recurrir exclusivamente al Medievo, deambulan por el paisaje histórico desde el cartaginés hasta el contemporáneo del autor, retratando su tiempo cumpliendo los requisitos antes dichos: adecuación, verosimilitud y respeto.
“Hacia una negación de la novela histórica” (4-marzo-2009) Joaquín Pérez Azaústre.
No creo en la novela histórica. Entiendo que elevar una definición de la novela por algo tan consustancial a un relato como es su mera temática – por un lado imprescindible pero cuya presencia al mismo tiempo se sobreentiende - , equivale, automáticamente, a una reducción de la novela, a un encorsetamiento de su capacidad expresiva. ¿Cuándo nace la novela “histórica”? ¿Lo fue el Cantar del Mío Cid? ¿Pudo serlo también La Celestina, o El lazarillo de Tormes? Vivimos una tendencia obsesiva y quizá más reciente por etiquetarlo todo, por darle un nombre a todo, lo que se traduce seguramente en un ordenamiento de la realidad creativa, pero también en un empequeñecimiento dentro de esos límites tan rígidos. Además, nada más opuesto a la novela, o podríamos ampliar refiriéndonos a cualquier narración, como ese orden previo, un etiquetamiento controlando l obra antes de la escritura y la lectura posterior. Así, en la novela conocida como “histórica” el orden se convierte en la premisa, como muros de contención de la pura ambición de la escritura y la amplitud de miras del lector. Para mí el asunto es tan sencillo como que la historicidad de un relato, que lo va a dotar de verosimilitud, debe situarse siempre al servicio del mismo, pero nunca al revés, como sí ocurre en la pretendida novela “histórica”, en la que un molde previo de narratividad plana y de enigmas por descubrir será la apuesta. Así, el contexto socio – político y económico de una historia estará al servicio de ella: es una ambientación, es el decorado. No quiere esto decir que el decorado, por sí mismo, no pueda narrar, no pueda ser sujeto, y no pueda ganar la atmósfera su espacio dentro de la historia que se narra. Pero no nos engañemos: escribir una novela no es una democracia, sino una dictadura con la jerarquía visible o invisible, según sea la propuesta, pero con mando interno en el que todos los elementos textuales se sitúan al servicio de una narración. En los últimos años, se ha reivindicado como género la novela “histórica”. Ha sido un estallido comercial, igual que sucedió antes con muchos otros libros, que fueron flor de un día o flor de años. Para justificar esta presunta corriente literaria casi siempre se alude a la estupenda novela El nombre de la rosa, de Humberto Eco. ¿Encierra El nombre de la rosa elementos históricos? Con toda certeza sí, del mismo modo que Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway, los tiene también bélicos, o Ulises, de James Joyce, los luce eróticos, o El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, de crónica social, pero a nadie se le ocurriría decir que Por quién doblan las campanas es una novela bélica, Ulises otra pornográfica y El gran Gatsby una novela rosa. Miento: durante mucho tiempo, la estrechez mental de gran parte de la crítica estadounidense hizo imposible allí la publicación de Ulises porque consideraban esta obra maestra un libro inmoral, pura pornografía. Dejando a un lado la discutible amoralidad de la pornografía y el erotismo, que no es el tema, no cabe duda de que reducir Ulises a un calentón carnal, de lubricidad palpable, es empobrecer toda la escritura de James Joyce. Decía Jaime Gil de Biedma que en su obra sólo había dos temas: el paso del tiempo y él mismo. Como él mismo y todos somos paso del tiempo, podemos colegir que sólo hay un tema en la escritura: este paso del tiempo, y su roce en nosotros. Así, cualquier novela realista o, en realidad, cualquier novela, termina siendo histórica con un curso de años. Sin embargo, lo que distinguirá a la verdadera novela, tenga ambientación histórica o no, de la novela artificiosa con la etiqueta “histórica”, será que el asunto que trate no será lo histórico en sí mismo, sino otra cosa, otra verdad humana de deslumbramiento o de sombra, con un contexto que, años después, será de época. Cabe también la posibilidad de encuadrar un conflicto en una cronología concreta: lo han hecho, en España, Miguel Delibes con El hereje, y Antonio Gala con el manuscrito carmesí. Aunque la vocación historicista en Gala sí ha estado más presente, también en su teatro, ésta es una novela muy de personajes sobre todo, de dolor y de pérdida, de una derrota alzada y de un exilio final. Es una historia “histórica”, podríamos decir, pero se extiende fuera de esos límites, hacia una libertad de la expresión. Algo parecido sucede con El hereje. Nadie afirmaría de Delibes que es un autor de novela histórica, por más que la Castilla que él acota ya sólo forme parte de su propia literatura. Sin embargo, El hereje es una novela de ambientación histórica, pero no “histórica”: el conflicto es otro, actual hoy, como la libertad de culto y de expresión. Tenemos, entonces, que el historicismo de un relato es un ingrediente más, es casi un cartón piedra, importante, sí, pero no lo bastante como para categorizar una novelística. Por otro lado, cualquier novela española publicada a finales de los años 50 o principios de los 60, leída ahora, es profundamente histórica. Pero ésta será sólo una de sus claves, y sin duda la más circunstancial: porque, en el momento de escribirlas, ninguno de sus autores pensaría que dentro de unos años los ares o las calles, los edificios o los modelos de coches, o los vestuarios, o las maneras de expresarse o los destinos vacacionales, o incluso las maneras de la intimidad, habrían quedado obsoletos. Pongamos dos ejemplos: Nuevas amistades, de Juan García Hortelano, publicada en 1959 y Premio Biblioteca Breve, y Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos, que vio la luz en 1961. Ambas se publicaron en Seix Barral, entonces la vanguardia de la novelística no sólo española, sino también latinoamericana y europea en España. El asunto o conflicto esencial de las dos novelas es un aborto: simulado finalmente en Nuevas amistades, y convertido en doble homicidio, terriblemente, en Tiempo de silencio. Las formas de expresar la sexualidad, la maternidad y la pareja, con su razón social en el Madrid de entonces, nos parece ahora no más añejado que el medioevo. Sin embargo, nadie pretendería venderlas como novelas históricas, porque no lo son: son novelas. Pero avancemos más: ¿son novela social? Bien. A priori, podría decirse que sí: situaciones devastadas por la pobreza espiritual y material de aquellos que, en las afueras, vivían peor que animales, en Tiempo de silencio, o gentes hundidas en la vaciedad moral de las clases pudientes en Nuevas amistades, con su turbia bonanza. Pero, ¿qué novela no es social? ¿No es social Ulises, no es social el gran Gatsby, no es social Por quién doblan las campanas? Claro que sí. Porque la novela se ocupa de encontrar la verdad del ser humano. Esta es su grandeza y su ambición, pero es también su peso ineludible. Tratar de aligerar ese peso dividiendo las novelas por temáticas es algo que estará bien para los anaqueles de las librerías mientras aún existan; pero la gran novela es inclasificable como el hombre, y tendrá sexo y guerra como el hombre, éxito y fracaso como el hombre, vida y muerte, en la esperanza y la desolación. ¿O no contiene todos estos elementos el Quijote, por cierto una vértebra vital en la propuesta narrativa de Luis Martín-Santos? ¿Es que no tiene elementos históricos el Quijote? Así, la gran novela es todo, y el Quijote es crónica social, realidad bélica pero también amorosa y erótica, con Dulcinea del Toboso, esa Aldonza Lorenzo que imaginamos, como indica su fonética, lozana, es novela de caballerías y es su crítica, es en esto también metaliteratura, es novela de viajes, de iniciación y también de aventuras. Sin embargo, afirmar que el Quijote es una novela histórica – podría decirse, usando el mismo criterio que se esgrime para referirse a sí a todos estas novelas de lectura asequibles, misterio y muchas fechas – sería reducir el mundo a una palabra.
Córdoba, a 4 de marzo de 2009. VIMCORSA. 20 horas.
REFLEXIONES EN TORNO A LA HISTORIA COMO LITERATURA Y LA LITERATURA COMO HISTORIA.
Eva Díaz Pérez
A pesar de que la novela histórica
goza de los parabienes del mercado
Sin embargo, el éxito es indudable.
¿Qué ha pasado para que del boom de la
A partir de mi experiencia como
autora de novela histórica les quería
En mi primera novela, Memoria de
cenizas, me enfrenté a una historia real.
Tengo que confesar la compleja tarea
de documentación previa a esta
En este caso, la tarea me llevó un
par de años en los que me sumergí en la
Uno de los objetivos más difíciles
fue el tono de la Época, la musicalidad
Tendría que añadir que al abordar un
tema poco tratado en la
En este libro, la literatura me
sirvió sólo para relatar una historia
Sin embargo, en mi segunda novela,
hice algo diferente. En Hijos del
Tanto es así que hay muchos lectores
que me han preguntado por obras de
En el fondo, la tarea de apropiación
de la Època fue similar a la que hice
Con la tercera novela, El Club de la
memoria (Finalista del Premio Nadal
En el caso de El club de la memoria,
también tuve problemas a la hora de
Como curiosidad les diré que a raíz
de la cantidad de material que manejé
Después de terminar esta trilogía
española formada por Memoria de
En estos momentos, me encuentro
sumergida en la documentación y
EVA DÍAZ PÉREZ 11 de marzo 09.
Ciclo: Córdoba y el exilio.
Y cómo vas a recoger el trigo / y a alimentar el fuego / si yo me llevo la canción? (29 abril 09).
El Profesor Pedro Roso Moreno se acerca al Aula de Historia con la humildad de los grandes para compartir con nosotros las ideas y perplejidades que se suscitan al pensar en la “España peregrina” (Bergamín) que no deja de ser una constante de nuestra historia, que es una sucesión de exilios, el último de los cuales tiene lugar en nuestros días.
Una de las primeras curiosidades que nos muestra es ver cómo el concepto exilio ha estado borrado de nuestros diccionarios, a pesar de existir desde el s. XIII y ser la voz que mejor define la diáspora con violencia de tantos miles de españoles como se han visto obligados a abandonar su país a través de los siglos.
Exilio para escapar de la cárcel o de la muerte (Rejano o el exilio forzoso); éxodo por necesitar nuevos espacios de libertad (Arrabal o el exilio voluntario a la fuerza); exilio de aquellos se ven reducidos al silencio en medio de los suyos (el dramaturgo cordobés Balsera o exilio de la resistencia silenciosa y de la restauración de las libertades democráticas); exilio del desencanto vencedor (Ridruejo, quien llega a ser un referente de la oposición al Movimiento); exilio republicano que se abre con la derrota de 1939 y se cierra con la Transición 78.
Hablando del exilio republicano vemos que se singulariza por afectar a miles de españoles; por ser un capítulo dramático de una guerra ideológica, por prefigurar lo que luego sufrirán chilenos o argentinos, por ejemplo; por ser una experiencia narrada, vivida y metafórica.
Experiencia narrada cuando se nos transmite de una manera formalizada el exilio literario, que para entenderlo nos exige diferenciar bien los lugares, las situaciones,.., de las distintas generaciones que lo sufrieron: la de los escritores consagrados (J.R.J.), la de los que empezaban entonces (Rejano), la de los que evolucionan en el exilio (Cernuda), la de los que se hacen (Rius), la de los que vuelven,...
Experiencia vivida de dos formas:
a) La de los desterrados que tienen el alma en un sitio y el cuerpo en otro. No dejan su tierra, la pierden. Se la roban.
b) La del exiliado que intenta integrarse en el país de acogida. Viven el exilio, pero no la soledad. Ahora bien, ambos comportan una prolongada meditación sobre España, sobre el pasado, sobre el nacionalismo español, la visión negativa del la España del Imperio franquista en contra de la España vencida, sobre el orgullo bien entendido de su superioridad:
Hermano… tuya es la hacienda… la casa, el caballo y la pistola… Mía es la voz antigua de la tierra. Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo… mas yo te dejo mudo… ¡mudo!… Y cómo vas a recoger el trigo y a alimentar el fuego si yo me llevo la canción?
Su temática es doble: el pasado remoto, por un lado ( “De solead y otros pesares”, “Memoria del olvido”) ; España, por otro ( “España peregrina”, “España popular”).
Claro que, al perder sus referentes, cuando España empieza a cambiar, el desterrado se mantiene en su idealizada patria anterior al exilio, aunque es consciente de que no saben cómo es, si algo escribe sobre la nueva España.
Exilio como metáfora literaria. El exilio es consecuencia de la caída y del naufragio español por haber pecado (Adán y Eva), por haber caído en un medio corrosivo (España presente en el recuerdo, Méjico presente en la esperanza), ...
¿Para quién escriben los autores desarraigados? ¿Para ellos mismos? ¿Por qué los libros de nuestras Aulas nos hablan del grupo literario de los exiliados? ¿Por qué no figuran en el canon literario? ¿Por qué se leen tan poco? ¿Por qué es tan difícil integrarlos en la Literatura del interior?
Son preguntas que, con dolor, se hace nuestro conferenciante que, seguramente, Vd. lector, sabe responder.
El exilio de los artistas. (6 de mayo de 2009)
El exilio político(13 de mayo de 2009) Manuel Ángel García Parody
Introducción
Se entiende por exilio el abandono del país de origen para refugiarse en otro, generalmente por motivos políticos. Según dijo Pedro Roso en su conferencia sobre el “Exilio literario” es un término que ya se utilizaba desde el siglo XIII pero habitualmente se le sustituye por el de destierro hasta 1939[1]. El exilio es un fenómeno característico de aquellos países que han tenido una historia “inquieta”, con saltos y rupturas en su evolución hacia modelos sociales avanzados. España es uno de esos países. Su historia, como ha señalado el profesor Tierno Galván, ha transcurrido con idas y vueltas, más en trayectorias circulares que rectilíneas, con avances y retrocesos continuos. Al menos hasta la transición y consolidación democrática de las últimas décadas[2]. Esto lo hace ser diferente a la de otros países, como Inglaterra, donde los avances han podido ser más lentos, menos espectaculares, sin apenas rupturas revolucionarias o conflictos internos, pero siempre constantes, progresivos y continuos. Basta con comparar algunos datos: - En Inglaterra –llamémosla después Gran Bretaña o Reino Unido- la última guerra civil se produjo en la primera mitad del siglo XVII entre los partidarios del Parlamento y los de la monarquía Estuardo. El único golpe de Estado tuvo lugar en 1688. - En España, solo desde 1808 hemos tenido la guerra de la Independencia, la de Emancipación americana, tres guerras carlistas, el conflicto cantonal de 1873, dos guerras de Cuba, dos guerras de Marruecos y la guerra civil de 1936 a 1939. Y en lo que se refiere a golpes de Estado ni siquiera los historiadores somos capaces de ponernos de acuerdo sobre cuántos hubo en los siglos XIX y XX. La historia de España ha sido, pues, una historia en círculos: - En la Alta Edad Media se desarrollaron modelos políticos y sociales mucho más avanzados que los europeos: así hay que señalar el ejemplo de tolerancia y convivencia pacífica de tres religiones en la gran síntesis cultural que fue Al Andalus. Una tolerancia y convivencia pacífica que también se dio en los albores de los reinos cristianos creados al norte de la Península que instauraron formas políticas tan avanzadas como el modelo casi autogestionario de los municipios castellanos –calificados por Pierre Vilar como el ejemplo democrático más avanzado desde Atenas[3]- o la concepción pactista del poder en la Corona de Aragón. Todo ello entró en declive por la importación de concepciones basadas en la intolerancia traídas por los invasores norteafricanos de Al Andalus –almorávides y almohades- y los nobles y frailes que llegaron desde Francia a las cortes cristianas a partir del siglo XI. - Desde entonces se produjo el lento final de la síntesis cultural y de formas de vida que llamamos Al Andalus –y aquí coincidimos con González Ferrín al calificarlo como algo no exclusivamente islámico [4]- y el triunfo de unos reinos cristianos en los que al principio se equilibraron la convivencia y la tolerancia con manifestaciones de fanatismo y exclusión de quienes no comulgaran con sus principios religiosos. Cuando esos reinos cristianos concluyeron bajo una misma corona –que a su vez dominaba buena parte de Europa y América- se impuso ese modelo que significaba un claro retroceso respecto a lo que fue la Península ibérica siglos atrás. - Con la llegada de los Borbones y el lento progreso de la Ilustración se abrieron nuevos aires en España. Pero ese frescor que significaron Feijóo o Jovellanos, las Sociedades Económicas de Amigos del País o los proyectos innovadores del conde de Aranda, Floridablanca, Campomanes u Olavide no fructificó cuando llegaron las noticias de los cambios revolucionarios que se iniciaron en Francia en 1789. - Tampoco prosperaron esos dos hermosos proyectos de transformación pacífica hacia modelos políticos y sociales avanzados que se realizaron desde la corte de José I y desde las Cortes de Cádiz, últimos retazos de la incompleta ilustración española y germen de nuestro liberalismo: la reacción encabezada por Fernando VII y secundada por las fuerzas menos proclives al progreso de nuestra Patria abortaron ambos proyectos aunque el de Cádiz siempre quedó como punto de referencia a la hora de soñar en una España más próspera y más avanzada. - En la contemporaneidad española se mantuvo el mismo fenómeno de avances y retrocesos de siglos anteriores. En el llamado Sexenio democrático -1868 a 1874- se ensayaron fórmulas políticas netamente progresistas que colocaron a España en la vanguardia europea y en objeto de atención del pensamiento y la praxis política más avanzada de su tiempo. Pero los golpes de Estado de Pavía y Martínez Campos –a comienzo y final de 1874- las interrumpieron. · El régimen político que las sustituyó, el canovismo, no pasó de un liberalismo casi doctrinario incapaz de abordar los grandes problemas nacionales y que pereció por su propia inanición más que por el golpe de Estado de Primo de Rivera. · La Segunda República supuso un avance en todos los órdenes como nunca se había conocido en la historia de España. Pero las mismas fuerzas reaccionarias que impidieron continuar la línea de los afrancesados o ilustrados gaditanos y de los que protagonizaron el Sexenio democrático fueron socavando los logros republicanos y favoreciendo el golpe militar que acabó con las esperanzas nacidas en la primavera de 1931.
Los primeros exilios
Con esa realidad histórica no es de extrañar que los exilios políticos hayan sido una desgraciada constante en España. No hay constancia de exilios forzosos en las sucesivas invasiones y conquistas producidas en la península Ibérica, pero es probable que se produjeran destierros individuales y colectivos. Los primeros episodios de exilio a los que nos vamos a referir y que están correctamente documentados ocurrieron en Al Andalus antes de la caída del califato y afectaron preferentemente a su capital. Fueron la revuelta del arrabal, la salida de los mozárabes hacia los reinos del norte en tiempos de Abderramán II, la expulsión de beréberes y eslavones en la crisis final del Califato y la persecución seguida del destierro de los judíos cordobeses en la misma crisis. Sus motivaciones fueron entre sí distintas y, salvo en el caso de los judíos, diferentes a los exilios producidos tras las conquistas castellanas del siglo XIII: · El de la revuelta del Arrabal (818) tuvo un origen aparentemente religioso, si bien en nuestra opinión, coincidiendo con Juan Díaz del Moral, se trató de un caso de represión tras una fuerte protesta social: el arrabal de la Sequnda estaba habitado por gente humilde y un grupo de notables alfaquíes –estudiosos del Corán- contrarios a la corriente rigorista malikí que imperaba en la corte del emir. Cuando Alhaken I quiso imponer unos fuertes tributos, los alfaquíes tramaron una conjura para derribarle y proclamar en su lugar a su primo Muhamad al Qasim. Pero éste, que fingió aceptar la propuesta, entregó a Alhaken la lista de los conjurados que fueron detenidos y crucificados. El descontento se generalizó a raíz de estos hechos y por la actitud provocadora de la guardia de mercenarios del emir. Cuando un día regresaba de una jornada de caza se concentró ante su palacio una multitud que protestaba por la muerte de un niño a manos de los guardias. Alhaken consiguió llegar al palacio sitiado por los rebeldes que pedían su destitución. Pero los guardias consiguieron salir por una puerta trasera y, tras atravesar el río, incendiaron el arrabal. Los amotinados se encontraron entre dos fuegos y fueron víctimas de una espantosa matanza. Se dijo que hubo 10.000 muertos. Los supervivientes fueron obligados a exiliarse al norte de África en lo que se `puede considerar como el primer destierro forzoso de nuestra historia. [5] · La salida de mozárabes desde Al Andalus a los reinos del norte respondió a una doble motivación: algunos emigraron por la persecución sufrida a causa de sus enfrentamientos con los musulmanes cordobeses en tiempos del emirato de Abderramán II, precisamente cuando se consagra la islamización de Al Andalus. Otros, probablemente la gran mayoría, emigraron al norte atraídos por el señuelo de las tierras que le ofrecían los reinos cristianos del norte en su proceso de repoblación. En este caso es evidente que no se trató de un exilio. · El tercer caso es el de la expulsión de Córdoba de los beréberes y eslavos en la crisis final del Califato, precisamente cuando el hijo de Almanzor, el llamado Sanchuelo, había emprendido una campaña militar en el norte que se saldó con un fracaso estrepitoso. Estos grupos, que representaban la base de la fuerza militar de Al Andalus, tuvieron que huir de Córdoba, se reubicaron en otras ciudades andalusíes y se convirtieron en cabezas de las nuevas taifas. Se trataría de un exilio forzoso sufrido por una minoría que ha perdido su papel protagonista en un proceso de crisis política. [6] · El cuarto caso afectó a la comunidad judía de Córdoba. Aunque no se sabe como fueron los comienzos de las comunidades de judíos en Andalucía se puede afirmar que en el siglo IX existían grupos importantes dispersos en ciudades y pueblos, tratados, al igual que los cristianos, como ciudadanos de segunda categoría –dhimi-. El mayor florecimiento de estas comunidades judías se produjo en el califato con personalidades importantes como Ezra ibn Shaprut y su hijo Hasday, médico, políglota, diplomático y consejero de Abderramán III y Alhaken II. Al desintegrarse el califato la comunidad judía cordobesa –que habitaba la parte norte de la ciudad- sufrió bastantes dificultades que se superaron tras las guerras civiles y revueltas de la fitna. En 1066 se produjo un progrom antijudío y la primera dispersión de la comunidad. [7]
Los exilios causados por la intolerancia religiosa.
A partir del siglo XII, con la llegada a la península –tanto a Al Andalus como a los reinos del norte- de corrientes de intolerancia religiosa, se produjo un cambio radical en las formas de convivencias que ocasionó una larga serie de conflictos y el exilio de quienes no respondían a las imposiciones religiosas, sociales y culturales de los nuevos grupos de poder que empezaron a dominar las distintas partes de las Españas. · En la Córdoba andalusí, ahora cabecera de un pequeño reino de taifa, los casos más relevantes de la intolerancia de los invasores norteafricanos, almorávides y almohades, fueron los destierros de disidentes intelectuales y religiosos musulmanes, como Averroes y de ilustres familias judías, como la del dayan Maimón, padre de la figura más universal del pensamiento hebreo, Maimónides. [8] · Al producirse la conquista castellana en 1236 otra vez se extendió por la antigua capital andalusí la sombra del destierro, esta vez para los musulmanes y judíos que se presentaban como elementos anómalos en el nuevo orden político y religioso que se iniciaba. · Cuando llegó Fernando III a Córdoba decretó que “sus moradores podrán salir con vida de ella llevándose todos los bienes muebles que puedan transportar”. Sin embargo todo parece indicar que el número de andalusíes cordobeses que se quedaron tras la conquista castellana fue muy reducido: la mayoría o bien se fueron entonces o, lo más seguro, se habían marchado antes. Esto explica que, en poco tiempo y ante la despoblación de la ciudad y su reino, los propios conquistadores castellanos permitieran la creación de “morerías” en la capital y numerosas poblaciones de su reino. Según Aranda Doncel muy pronto se crearon aljamas en Almodóvar, Santaella, Moratalla, Hornacheulos, Rute, Montoso, Aguilar, Benamejí, Zambra, Baena, Zuheros y Luque y poco después –en 1260- en Palma del Río, Cabra, Castro del Río y probablemente en Lucena. La presencia de estos musulmanes, que empezaron a llamarse mudéjares, está confirmada por el Fuero de Córdoba de 1241 y el establecimiento de tributos y prestaciones personales específicas para ellos. En un principio la relación de los mudéjares con las autoridades castellanas, así como con los cristianos que llegaron desde el norte, fue correcta. Pero con el tiempo sus condiciones empeoraron de forma progresiva al obligárseles a estar recluidos en las “morerías” y llevar signos distintivos en su indumentaria como medias lunas cosidas al hombro. Este hostigamiento dio pie a que muchos se convirtieran al cristianismo sin estar plenamente convencido. Así surgió la figura de los moriscos que tampoco llegaron a ser aceptados de buen grado por una sociedad cristiana cada vez más intolerante. En julio de 1501 los Reyes Católicos dictaron la Pragmática de expulsión de los mudéjares de Granada. Unos meses después, en febrero de 1502, la medida se extendió a Castilla y al resto de Andalucía. Como en otras ciudades los mudéjares cordobeses se vieron forzados al dilema de convertirse –y formar parte del colectivo de los moriscos- o emprender el exilio forzoso. Esta política de eliminación de cualquier minoría religiosa diferente del catolicismo imperante culminó en 1609 con la expulsión de los moriscos de todos los reinos peninsulares de la Monarquía hispánica. La cifra total de expulsados fue de unos 300.000 de los que un 10 % correspondieron a Andalucía. La medida también afectó a Córdoba, a donde habían huido moriscos supervivientes de la matanza emprendida contra ellos en la guerra de las Alpujarras de 1568 a 1571. Según Aranda Doncel en la primera semana de febrero de 1610 fueron expulsados de Córdoba alrededor de 7.500 moriscos, una cifra relevante si tenemos en cuenta la exigua población total de la antigua capital del Califato.[9] · Respecto a la comunidad judía, la llegada de los castellanos supuso una cierta mejora de sus condiciones de vidas. Como ejemplo, uno de ellos, Yehuda Abravanel, fue designado por Fernando III oficial del Rey en Córdoba. Además, el mismo monarca autorizó la construcción de una gran sinagoga que, sin embargo, no pudo levantarse por las protestas del obispo ante el papa Inocencio IV. Alfonso X prosiguió la política de entendimiento con los judíos otorgándoles tierras y talleres a fin de suplantar a la población musulmana que había abandonado los reinos conquistados. Un siglo después, a finales del XIV, se produjeron terribles persecuciones contra la comunidad judía que se iniciaron con las incendiarias prédicas del arcediano de Écija Ferrant Martínez en 1391. A consecuencia de ello tuvieron lugar las huidas de muchos y masivas conversiones lo que dio origen a los llamados “conversos”. Cuando los Reyes Católicos lograron del papa Sixto IV la creación de una Inquisición en sus reinos, los primeros sospechosos y víctimas del Santo Oficio, que solo podía actuar contra los cristianos, fueron los conversos, acusados de continuar las prácticas y costumbres de la religión hebrea. Los responsables de la Inquisición en la archidiócesis de Sevilla y en la diócesis de Córdoba estimaron que para erradicar las desviaciones de la fe entre los conversos había que actuar directamente contra los judíos. La presión ejercida sobre los Reyes Católicos dio como resultado un edicto de 1483 por el que se concedió un mes de plazo a los judíos para abandonar las mencionadas diócesis. Se produjo así el éxodo masivo de miles de judíos –Hernán Pérez del Pulgar habla de más de 4.000 cabezas de familia, lo que supondría unas 20.000 personas- a otros territorios de la Monarquía. Córdoba, Sevilla, las poblaciones sevillanas de La Algaba, Carmona, Marchenilla y el Viso del Alcor, Jerez, Puerto de Santa María y Cádiz fueron los lugares de donde salieron más judíos, la mayoría de los cuales no tuvieron ni siquiera tiempo para malvender sus bienes que les fueron arrebatados por los vecinos cristianos viejos más codiciosos. Los judíos que de momento solo abandonaron Andalucía se vieron forzados a un segundo exilio nueve años después tras los edictos de abril de 1492, en uno de los episodios más tristes e inoportunos de la historia de España[10].
Los exilios en la Monarquía hispánica.Desde finales del siglo XV los diferentes reinos de España fueron regidos por una nueva monarquía, la Monarquía hispánica, que impuso al catolicismo como su principal seña de identidad. Sus soberanos se proclamaron por encima de todos sus títulos “reyes católicos”. Esto supuso que los colectivos que no asumieran esa identidad se convirtieran en elementos anómalos en el nuevo orden de la Monarquía, lo que explica las persecuciones y exilios forzosos sufridos por las minorías judía e islámica e incluso por sus conversos. Esto explica también que las minorías heterodoxas cristianas - fundamentalmente los llamados protestantes- tuvieran que emprender el camino de un exilio que aparentemente se debía a razones religiosas, si bien esta motivación era solo la punta de un iceberg que escondía otras razones políticas, sociales y culturales: los que no pertenecían al catolicismo oficial no tenían derecho a ser súbditos de una Monarquía que rechazaba cualquier otra manera de entender la vida más allá de lo que impusiera su religión.Esta intolerancia se suavizó con la llegada a España de las luces de la Ilustración. Pero entonces se produjo un caso de exilio que afectó a un colectivo opuesto a la política de cambios que pretendieron los políticos de Carlos III: los jesuitas. No vamos a detallar toda la casuística y el desarrollo de este novedoso exilio en el que los que debieron marcharse forzosamente no respondían a la anterior y futura tipología de los exiliados. Nada más señalemos que en el caso de Córdoba este exilio afectó a los religiosos del Colegio de Santa Catalina, la primera fundación andaluza de la Compañía, y del Seminario de la Asunción. En total fueron expulsados 68 jesuitas de Córdoba que, como los del resto de Andalucía, desde Málaga y Cádiz se dirigieron a Córcega y desde allí a la Italia peninsular.[11] Con la crisis del Antiguo Régimen de nuevo el exilio volvió a estar presente en nuestra historia. Los primeros que se vieron obligados a cruzar las fronteras españolas fueron los que pretendieron adaptar España a los nuevos aires de libertad y progreso que habían eclosionado durante la revolución francesa: es el caso de los llamados “afrancesados” o los liberales que elaboraron en Cádiz aquella hermosa Constitución que se vino a popularizar como “la Pepa”. Entre los afrancesados hay que mencionar algunas personas vinculadas a Córdoba, como Manuel María de Arjona, Sebastián Ramírez Blanco, el corregidor Mariano Fuerte, el marqués de Villaseca, el conde de Zamora o Domingo Badía, este último natural de Barcelona y afamado arabista que fue designado prefecto de Córdoba en 1811 y a cuya iniciativa se debieron las principales obras del período –cementerios, jardines de la Agricultura, planes de saneamiento o plano de 1811-. Murió en Damasco a donde se exilió tras la restauración de Fernando VII.[12] Estos exilios solo fueron el inicio de una larga serie que afectó inicialmente a los que se enfrentaron al brutal absolutismo de Fernando VII, como Ángel de Saavedra, duque de Rivas, o los que pretendieron que el naciente liberalismo siguiera una senda más avanzada que lo que marcaba el doctrinarismo de los moderados. Fue el exilio de cordobeses menos conocidos que no se resignaron al fracaso de las experiencias de progreso y democracia del Sexenio o al adocenamiento político y social que trajo consigo el régimen de la Restauración. Entre ellos Ramón Nochetto y Priamo, masón, agrimensor, impresor y maestro laico en Córdoba, que fue progresista en su juventud, conspirador en la Gloriosa de 1868, republicano federal y desde 1893 primer presidente de la Agrupación Socialista de Córdoba cuando tenía setenta años de edad. Falleció en 1897 después de haber tenido que huir de Córdoba, según Eloy Vaquero, “expulsado por escribas y levitas”. [13] Curiosamente, por las mismas fechas arribaba a Córdoba para morir y recibir el primer entierro laico que se conocía, uno de los españoles que más sufrieron las hieles del destierro: el precursor del socialismo Fernando Garrido Tortosa.
El exilio franquista
El último episodio del exilio español y cordobés fue el derivado de la guerra civil. La gran tragedia que se cernió sobre el suelo patrio entre 1936 y 1939 y la espantosa represión que mantuvo sus rescoldos durante todo el franquismo dejó una huella. Decenas de miles de españoles murieron más por las acciones de violencia de la retaguardia que por los efectos directos del combate. Centenares de miles sufrieron el horror de la cárcel y campos de concentración de los vencedores. Y un total de casi 500.000 se vieron forzados a un exilio que les impidió en muchos casos regresar a su patria ante el temor de la prisión o de la muerte. Es difícil saber con exactitud el número de cordobeses que contribuyeron a engrosar la larga serie de los exiliados. Si las carencias de registros para calcular las muertes representan todavía un obstáculo importante para conocer la secuela más trágica de la guerra, mucho más complejo es averiguar cuántos se vieron obligados a huir de sus casas y de sus campos. Nosotros nos vamos a fijar solo en algunos casos: el de aquellos políticos cordobeses que tuvieron la fortuna de poder exiliarse. Porque los que no la tuvieron corrieron una suerte peor: sufrir la descarga de fusilería en un paredón o en una cuneta. Probablemente los dos políticos cordobeses más relevantes en el exilio fueron Niceto Alcalá-Zamora y Eloy Vaquero Cantillo. El primero, presidente de la Segunda República; el segundo, ministro de Gobernación en el Bienio conservador. No nos vamos a extender sobre su trayectoria que ya fue suficientemente analizada en las conferencias que en esta misma Aula impartieron los profesores Casas Sánchez y Ortiz Villalba. En cambio sí que vamos a referirnos a otros tres dirigentes cordobeses que sufrieron el exilio: los socialistas Gabriel Morón y Francisco Azorín Izquierdo y el republicano Antonio Jaén Morente. Gabriel Morón, nacido en Puente Genil en 1897 y muerto en México en 1973, ingresó en 1912 en la sociedad obrera “La Vegetación” de Puente Genil y al año siguiente participó en la fundación de la Agrupación Socialista de la localidad. Como dirigente obrero de los campesinos pontaneses participó activamente en la huelga general de 1917 y en los conflictos del trienio bolchevista, lo que le valió sus dos primeras condenas de cárcel, una de ellas de cuatro años de los que cumplió solo 15 meses. Como destacado militante socialista intervino en los debates del PSOE sobre su adhesión a la Tercera Internacional, votando a favor de la misma, lo que le costó un abandono temporal del partido. Tras reingresar en él, se opuso al colaboracionismo socialista con la dictadura de Primo de Rivera, lo que le supuso nuevos enfrentamientos con las corrientes oficialistas de la organización. Miembro de la Logia 18 Brumario de Puente Genil, con el significativo nombre de Engels, se convirtió en alcalde de su localidad en abril de 1931 y, desde el mes de junio, en diputado socialista por la provincia de Córdoba en las Cortes Constituyentes de la segunda República. Entonces publicó sus dos primeros libros titulados La ruta del socialismo en España. Ensayo de crítica y táctica revolucionaria (1932) y El fracaso de una revolución. En el camino de la historia, (1935) sobre la política desarrollada antes y durante la revolución de 1934, que le llevó de nuevo a la cárcel. En 1936 le sorprendió la sublevación militar fuera de Córdoba, lo que le salvó la vida. Francisco Largo Caballero lo nombró gobernador civil de Almería donde tuvo que enfrentarse a los excesos del anarquista Maroto. En 1937 Juan Negrín lo designó director general de Seguridad interino y ocupó el cargo de subdirector de la edición barcelonesa de El Socialista. Se exilió a México después de haber estado en Burdeos y República Dominicana. Allí publicó la novela Los torbellinos del odio sobre los sucesos de julio de 1936 y dos nuevos ensayos: Política de ayer y política de mañana: los socialistas ante el problema español (1942) y Ante la crisis del PSOE (1946). Lo irreductible de su carácter y sus profundas convicciones de hombre de izquierda le fueron apartando progresivamente de su partido, fuertemente dividido por querellas internas, y a ingresar en el PCE. Regentó una imprenta en la capital mejicana y mantuvo una amplia relación con los exiliados, especialmente con el poeta León Felipe. Murió en 1973 sin haber podido regresar a su país natal.[14] Francisco Azorín Izquierdo (Monforte, Teruel, 1885- México DF, diciembre de 1975) fue la principal figura del socialismo cordobés hasta la segunda República. Hijo de un guardia civil, estudió arquitectura en Madrid donde obtuvo su graduación en 1910. Allí conoció a Pablo Iglesias e inició su militancia en el PSOE. También perteneció a la Masonería con el nombre de Franco. Francisco Azorín llegó a Córdoba en 1912 procedente de Málaga, como arquitecto interino de Hacienda. Simultáneo su residencia en ambas ciudades hasta asentarse definitivamente en nuestra ciudad en 1915 como arquitecto del Estado. En Córdoba, Azorín inició una intensa actividad política que le llevó a presidir las Agrupaciones local y provincial del partido, ser miembro de la Comisión Ejecutiva Nacional y participar activamente en los Congresos del PSOE y de la Internacional Socialista, en este caso tanto por su relevancia política como por sus dotes políglotas. En 1917 fue elegido concejal socialista del Ayuntamiento de Córdoba. Paralelamente participó en todos los movimientos de corte regeneracionista e incluso andalucistas que ocurrieron en la capital. Fue el autor del célebre Manifiesto de 1917 que, suscrito por destacados cordobeses, exigía a la nación la necesidad de “hombres nuevos y normas nuevas” para la regeneración del país. La actividad política de Azorín provocó su destino forzoso como arquitecto a Canarias. Para evitarlo abandonó el cuerpo de arquitectos del Estado y se dedicó profesionalmente al ejercicio libre de la profesión. Sus principios como arquitecto y urbanista fueron la salubridad de las edificaciones y espacios urbanos, la promoción de la vivienda social y la construcción de escuelas. Proyectos urbanistas -como el de Ciudad Jardín o el ensanche de Córdoba-, viviendas como la desaparecida casa de Peláez Deza, la de Hierro Aragón, la Casa del Pueblo de Córdoba, el monumento funerario de Pablo Iglesias en Madrid, escuelas como las del Campo de la Verdad o Grupo Colón y cooperativas de casas baratas como la de Peñarroya-Pueblonuevo, son solo algunos ejemplos de la actividad de Azorín como arquitecto. Su trayectoria política se simultáneo con su labor como difusor del esperanto como lengua universal, su presencia en la Real Academia de Córdoba o la edición de numerosas obras y artículos en castellano y esperanto. Fue diputado en las Constituyentes de 1931 y miembro de la Comisión Ejecutiva Nacional del PSOE. Estaba en Málaga al producirse la sublevación militar, lo que le salvó la vida. Colaboró activamente con los diferentes gobiernos republicanos y fue nombrado cónsul español en Tarbes donde no desaprovechó ninguna oportunidad para denunciar los hechos que se estaban produciendo en su país; así en 1937 durante el 3º Congreso de la Internacional del Proletariado Esperantista denunció la persecución sufrida por el movimiento esperantista en España. En 1939 Francisco Azorín y su familia embarcaron en el vapor “Ipanema” rumbo al Puerto de Veracruz. Allí acogió y ayudó a Eugéne Adam Lanti, creador y alma de la SAT (la asociación esperantista radical Sennacieca Asocio Tutmonda) y comenzó con él una colaboración sobre todo en el terreno de la edición literaria, como la ilustración del diccionario Plena Vortaro de Esperanto (Diccionario Completo de Esperanto). En México Azorín se apartó de la actividad política, hastiado por los continuos enfrentamientos de los socialistas españoles en el exilio. Prosiguió su labor como arquitecto y entre sus obras destacó el monumento al presidente Lázaro Cárdenas, que tanto ayudara a los exiliados españoles. Azorín murió en diciembre de 1975, poco después de la muerte del dictador Franco. Como tantos españoles no tuvo tiempo, y posiblemente motivación, para regresar a su patria.[15] Antonio Jaén Morente es uno de esos admirables ejemplos de políticos-intelectuales o intelectuales políticos comprometidos con la experiencia de transformación que pretendió ser la segunda República española. Nació en la calle Judíos en 1879, hijo de un modesto jornalero, y murió en Costa Rica en 1964. Su niñez transcurrió en el barrio de la Judería. Estudió bachillerato y Magisterio en su ciudad y prosiguió sus estudios de Filosofía y Letras y Derecho. En 1908 culminó su formación académica defendiendo su tesis doctoral sobre el monasterio de San Jerónimo en la Universidad de Madrid. En 1910, tras haber optado con anterioridad a plazas de profesor en las Escuelas Normales, ganó por oposición la cátedra de Geografía e Historia en el Instituto de Cuenca. Allí llevó a cabo una investigación sobre la guerra de la Independencia. Posteriormente pasó a la misma cátedra en Segovia donde coincidió con Antonio Machado. En 1917 ganó la cátedra de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, pero dos años después renunció a ella para venir a Córdoba como catedrático de Instituto. En 1921 regresó con la misma condición a Sevilla. Pese a su nuevo destino mantuvo una constante relación con su ciudad natal -donde concurrió sin éxito las elecciones generales de 1918, 1919 y 1920 como candidato republicano- y fue activo conferenciante, mantenedor de juegos florales, articulista, etc. En su devenir político debe destacarse su participación en los inicios del andalucismo histórico. En 1930 regresó al Instituto de Córdoba y participó en el advenimiento de la segunda República. Por aquel entonces era una personalidad de reconocido prestigio, autor de una Historia de América y Geografía de América y sobre todo de la célebre Historia de Córdoba publicada en 1921 por la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes. Su categoría intelectual y su talante de hombre moderado desde su fe republicana sirvieron para que el propio rey Alfonso XIII lo citara en el palacio de la Magdalena para ofrecerle un ministerio en 1926, lo que evidentemente rechazó. Fue elegido concejal el 12 de abril y dos días después el gobierno provisional de la República lo designó gobernador civil de Córdoba. En este cargo se mantuvo pocos días pues el 22 del mismo mes lo llamaron para el mismo cargo en Málaga. Allí le tocó vivir el lamentable episodio de la quema de conventos de principios de mayo. Por no haberse considerado capaz de evitarlos, dimitió de su cargo. En junio de 1931 fue elegido diputado por Córdoba para las Constituyentes. Tampoco permaneció mucho tiempo en el escaño pues el gobierno formado tras aprobarse la Constitución lo designó embajador y ministro plenipotenciario de España en Perú por su formación jurídica, su prestigio como americanista y su compromiso con la República. La llegada de las derechas al poder supuso el fin de su estancia en Lima. Se presentó en las listas del Partido Radical Socialista en los comicios de 1933. No fue elegido y se reintegró a la docencia en el Instituto de Córdoba donde fundó sendas cátedras de Árabe y Hebreo. En 1936 fue de nuevo elegido diputado por el partido de Azaña, Izquierda Republicana, englobado en el Frente Popular. La sublevación militar le sorprendió fuera de Córdoba lo que, como a Morón y Azorín, le salvó la vida. A los pocos días de iniciarse la guerra sufrió uno de los mayores sinsabores de su vida: se le declaró hijo maldito de su ciudad tras ser acusado injustamente de propiciar el bombardeo de los aviones republicanos del 17 de agosto, episodio que generó una brutal escalada de la violencia represiva en Córdoba. Después de haber colaborado con las milicias de Espejo y la columna del general Miaja, la República lo nombró cónsul en Filipinas donde desarrolló una intensa actividad diplomática para mostrar como los valores republicanos estaban siendo exterminados por la sublevación militar conservadora y contrarrestar la propaganda de los rebeldes. Fruto de ello fue su opúsculo La democracia y el fascismo en España. Terminada la guerra se exilió a Ecuador donde fue profesor del Instituto Superior de Pedagogía y Letras de Guayaquil y de la Facultad de Arquitectura de Quito. En 1949 recibió con satisfacción la supresión del injusto título de “hijo maldito” de Córdoba: “Son 18 las Universidades donde he orado en nombre de Córdoba y de España” dijo en la carta pública de agradecimiento que dirigió al alcalde. Continuó su actividad académica en Argentina, Chile, Perú, Colombia y Centroamérica. En 1954 el tribunal de Responsabilidades Políticas lo eximió de cualquier culpa y por fin pudo regresar a España y estar unos días en su Córdoba natal. Pero aquella España de los yugos y las flechas no era la que quería Antonio Jaén Morente y volvió a su segunda patria, esa América que tanto amaba y que le acogió generosamente en sus brazos. En 1959 se hizo cargo de la cátedra Menéndez Pidal de San José de Costa Rica. Fue su último destino antes de morir en 1964. Ese mismo año el Ayuntamiento de Córdoba le dedicó una calle y en 1979 se colocó la lápida que recuerda su nacimiento en la calle Judíos[16].
Los otros exiliados
Estos fueron algunos de los numerosos cordobeses de nacimiento o adopción que se vieron abocados al más tremendo exilio –cualitativa y cuantitativamente- de la historia de España. Hay muchos más, como esos 231 cordobeses que corrieron peor suerte al ser deportados al campo de exterminio nazi de Mauthausen: 23 de Baena, 16 de Posadas, 14 de Córdoba, 13 de Palma del Río, 8 de La Rambla, 6 de Espejo, 6 de Montilla, 2 de Montemayor, etc. Algunos sobrevivieron para poder contar los horrores de aquella experiencia, como Alfonso Cañete, de Montalbán. La mayoría murieron, como José Araque Jiménez, de Montalbán, o los hermanos Miguel, Rafael y Santiago Albendín Navarro, de Baena. [17]
A modo de conclusión
Tras la larga noche del franquismo, uno de los períodos más negros en nuestra triste historia, se inició el proceso hacia la transición democrática que fue capaz de sortear las muchas dificultades que se encontró en el camino hacia un sistema político que garantizara los principios de libertad, igualdad, justicia y pluralismo político consagrados en la Constitución de 1978. Por primera vez en la historia de España hay motivos para aceptar que aquí, en la vieja piel de toro, se han superado los enfrentamientos fratricidas que impidieron consolidar el progreso. Por primera vez parece que hemos roto esa trayectoria en círculos –círculos viciosos matizaba el viejo profesor- como constante de nuestra historia. Baste con dos reflexiones al paso: - Mi generación es la primera en la historia de España que no ha conocido una guerra. - La de mis hijos es la primera que ha nacido en libertad y que podrá entregar ese mismo testigo de la libertad a mis nietos. Hoy podemos afirmar que, por primera vez en muchos siglos, no existen los españoles de la diáspora. Ha desaparecido el exilio político. España ha dejado de ser ese trozo del planeta por donde anduvo errante la sombra de Caín y que sacó de sus campos, de sus tierras, de sus pueblos y de sus ciudades a miles de sus hijos que solo pudieron vivirla y amarla desde la amargura de la distancia. “El ahorcamiento”, de Jean Laffite (20-05-09)
Enrique Urraca de Diego y Miguel Ángel Cuello Márquez se desplazan desde Barcelona para presentarnos el libro “El ahorcamiento” de Jean Laffite, sobre los deportados a los campos de concentración nazi.
Nos narra la solidaridad entre los españoles que, entre otras estrategias, intentan ocupar los puestos de trabajo que sirvan para aprovechar las pocas oportunidades de ayuda que ofrece un lugar de terror y exterminio.
Nos cuentan el día a día de los españoles que también son protagonistas de un holocausto no menos real que el sufrido por el pueblo judío. Reivindican el papel de los españoles en el interior del campo para escapar con vida del inframundo de un campo de concentración nazi.
Defender su memoria es obligación de todos – nos dicen. Es una pena que no asistan más personas, tal vez, porque nada saben sobre el exilio y, ya se sabe: “Nada se quiere si no se conoce”. Sólo por esto, merecía la pena esta conferencia.
Se dice que la historia se repite dos veces: una como tragedia, otra como farsa. Pues bien, los conferenciantes entienden que para que no haya otros Mauthausen es preciso conocer cómo, por ejemplo, nuestros compatriotas hasta aprendieron alemán para organizar la “Resistencia” con los deportados, entre ellos, con los 340 cordobeses prisioneros de guerra alistados en el Ejército francés.Nos da la impresión de que no tenemos conciencia moral para actualizar el dolor y liberarnos de los prejuicios políticos que nos tienen confundidos después de pasados más de 40 años de una incivil guerra. Ni siquiera somos capaces de traernos a los españoles del triángulo azul, apartidas por la gracia de los gobernantes porque vencieron en una guerra. El testimonio de los españoles en Mauthausen figura en el libro “El ahorcamiento” presentado en Córdoba entre la indiferencia de los cordobeses. Sin embargo, sus ideales no morirán mientras queden libros como el que nos ocupa, semilla que no cayó en tierra apropiada, desgraciadamente.
Ciclo: Las raíces históricas de España.
“La huella visigoda” de España (23 de septiembre 2009)
Oh España, (...) En tu suelo campea alegre y florece con exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo[18].
“Me encanta (...) el interés por la Historia que se muestra con el público variado que se congrega” esta tarde en la Sala Vimcorsa, comienza diciendo el profesor Gª Parody al presentarnos al conferenciante de esta ocasión, reconociendo así que la Historia es una asignatura objeto de deseo por la ciudadanía.
Qué es España llevamos preguntándonos ya desde los inicios del Aula de Historia. Cuáles fueron sus raíces es algo que, desde el principio, quisimos desentrañar para darlas a conocer a la sociedad cordobesa. Qué tenemos de los visigodos, cómo fue la transición entre el mundo romano y la Edad Media es lo que hoy nos ha reunido para escuchar al profesor Julián González Fernández, uno de los pocos especialistas del mundo visigodo de la Universidad de Sevilla.
S. V: siglo trágico hasta que se consolidan los reinos de los llamados “bárbaros”. Tiempos de guerras, los visigodos (Walia) vienen a la Península a expulsar a los suevos, vándalos y alanos a cambio de prebendas[19] y, cuando terminan su contrato, se marchan otra vez.
El Reino visigodo de Tolosa (Francia), federado de Roma (418-476), secunda, la política e intervenciones militares de Teodorico I (418-453) en Hispania, como cuando contribuye a la dominación y reducción de los suevos en territorio y población.
Al fin, los visigodos abandonan Francia, tras ser derrotados en la batalla de Vouillé, y ponen sus ojos en Hispania adonde se trasladan dando lugar al nacimiento del Reino Visigodo de Toledo y creando el eje de poder Toledo – Mérida – Sevilla.
El reino se estabiliza con Leovigildo, rey de los visigodos de 572 a 586, quien regula la vida del súbdito (Código de Leovigildo), que toma la rebelde ciudad de Córdoba (572), que combate a los bizantinos[20], que somete a los suevos, que reformó la moneda, saneó las finanzas de la monarquía, ...pero que no pudo superar las tensiones entre la Iglesia Católica y los nobles por un lado y la monarquía arriana de los visigodos, por otro. ¡Hasta se le sublevó su propio hijo, Hermenegildo, luego subido a los altares por los católicos¡
Dominado, vencido y ajusticiado-asesinado Hermenegildo, año 582, y muerto Leovigildo, el reino hispano godo continúa su andadura ahora bajo la férula de Recaredo, quien unifica a sus súbditos (visigodos e hispano – romanos) bajo la religión dominante (catolicismo) abjurando de su arrianismo en el III Concilio de Toledo (589). Así se institucionaliza la monarquía “con el trofeo de la fe”[21] Aunque no todo es paz y tranquilidad[22], la realidad constatable es que las costumbres hispano romanas se van imponiendo[23], que de las ciudades desaparecen los elementos paganos, que la Iglesia se hace omnipresente, que los obispos controlan el poder, proliferan los santos (Santa Eulalia en Mérida), se levantan monasterios, (...), la población se nutre de hispano – romanos (suelen ser los más ricos e influyentes), visigodos, inmigrantes africanos, (...) que viven el ambiente de una sociedad que goza de cierta libertad y apertura. Hispania no es una realidad marginada del mundo existente.
En ella destaca S. Isidoro, para quien
“(...) Oh, España, rica de hombres y de piedras preciosas y púrpura, abundante en gobernadores y hombres de Estado; tan opulenta en la educación de los príncipes, como bienhadada en producirlos. Con razón puso en ti los ojos Roma, la cabeza del orbe; y aunque el valor romano vencedor, se desposó contigo, al fin el floreciente pueblo de los godos, después de haberte alcanzado, te arrebató y te armó, y goza de ti lleno de felicidad entre las regias ínfulas y en medio de abundantes riquezas” [24].
Las raíces cristianas de España, entre la realidad y la leyenda. (30-septiembre 09)
La visión nacionalitaria que algunos tienen de la Nación les lleva a creer que la España cristiana es la única posible en el solar patrio, apoyándose para ello en la apariencia temporal de que las Hispanias / España siempre fue cristiana. Y esto complica un poco el tema a la hora de exponer las raíces cristianas de España, entre la realidad y la leyenda.
El cristianismo llega pronto a nuestras tierras, nos dice la profesora , doña Elena Muñiz Grijalvo, entre otras razones, gracias a la continuidad territorial del Imperio Romano, a sus extraordinaria red de comunicaciones y a su excelente organización político – social.
Sabido es que la religión de la “buena nueva” ya es conocida, al menos, antes del 50 en Antioquia, Alejandría, Éfeso, Pérgamo, Corinto,.. gracias, entre otros, a San Pablo, el gran comunicador cristiano. Lógico es que, saltando de ciudad en ciudad, el cristianismo llegara a la capital del Orbe de aquellos tiempos. En consecuencia, ya hay comunidades cristianas en el s. I extendidas por todo el Mediterráneo, conviviendo, como es lógico, con las religiones contemporáneas.
Y, por tanto, también llega a las Hispanias, que ya están al servicio de Roma desde el s. III a. de C., Si bien es verdad que tarda un cierto tiempo dado lo alejado que nuestro país se encuentra de la capital del Imperio, no deja de ser menos cierto que se expande con cierta facilidad en regiones como la Bética dado que era un territorio urbanizado[25].
¿Cómo llega el cristianismo a Hispania?
a) Historia.
Pudo anunciarlo S. Pablo: “(...) y deseando, muchos años hace, ir a veros; cuando emprenda mi viaje para España, espero al pasar (...), dice S. Pablo a los romanos”[26]
Pero, muy probablemente, s. Pablo no pudo cumplir su deseo, ya que es arrestado en el 57, está encarcelado en Roma en el 60-62 la primera vez; otra vez en el 66, siendo, al fin, martirizado en el 67.
Es con S. Ireneo de Lyon con quien nos llega el 1º documento escrito de la existencia del cristianismo en Iberia: “(...) Aunque las lenguas son innumerables en el mundo, el poder de la tradición es uno y el mismo: (las (...) iglesias de las Iberias (...) creen (y) transmiten (lo mismo)...”[27]. Hecho confirmado por Tertuliano, quien escribe a principios del s. III: “ (...) todas las fronteras de las Hispanias (...) En todos los lugares es adorado el nombre de Cristo”[28]
Es decir, el cristianismo es tan universal que llegará inevitablemente hasta la finis térrea; lo cual, sin embargo, no quiere decir que tenga que ser absolutamente cierto el hecho que comenta.
En Tarragona, año 259, encontramos el protomartir cristiano:, San Fructuoso, prendido el domingo, 17 de las calendas de febrero (el 16 de enero).
Y después de él, s. IV: Santa Justa y (la olvidada) Rufina; S. Acisclo y Santa Victoria, San Vicente,... Y tantos otros mártires, algunos de dudosa existencia real o, al menos, muy poco documentada.
Aunque esto último no quiere decir que la Iglesia cristiana no tuviera ya organización en Hispania, tanto que hizo necesario un concilio para unificar criterios sobre temas tan variados como el matrimonio, el bautismo, la asistencia a misa, las relaciones con los judíos, arrianos, (...): El concilio de Elvira, que se celebró a comienzos del s. IV con la asistencia de 26 sacerdotes[29] y 19 obispos entre los que se encontraba el famoso Osio, obispo de Córdoba y el presbítero “Eumancio de Solia” (El Guijo).
A veces, la Historia va por un lado y la leyenda corre paralela a ella. Algo así, ocurre con las raíces del cristianismo en España.
A estos efectos, sabemos que:
a) No hay ninguna fuente que hable de la predicación del apóstol Santiago en España. Por ejemplo, el obispo hispano - romano gallego Hidacio (c. 400 – c. 469) no lo cita en sus crónicas. Lo mismo le corre al poeta hispano – latino Prudencio (Calahorra, 348 d.C. – c. 410) que tampoco lo menciona en su Peristephanon o Libro de las coronas de los mártires, entre los cuales n o figura Santiago.
Por tanto, podríamos decir que el silencio de la Historia avala la calidad de leyenda atribuida a la venida y predicación del apóstol Santiago en España, ya que “por este mismo tiempo, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos de la iglesia. Primeramente, hizo degollar a Santiago, hermano de Juan (...)[30]”; lo que nos lleva a concluir lo difícil, por no decir imposible, que es que pudiera venir a España.
b) La iglesia celebra el 2 de mayo la festividad de los Siete varones apostólicos (Torcuato, Tesifonte, Eufrasio, Indalecio, Segundo, Cecilio y Esiquio), enviados por Pedro y por Pablo para predicar en Hispania, quienes así lo hicieron en la Bética en primer lugar.
Cuenta la leyenda que desembarcaron en Guadix (Granada) un día de las fiestas que se estaban celebrando en honor a Júpiter y Mercurio. Se acercan a la población e intentan predicar la “buena nueva”. Como es natural, fueron tratados como irreverentes y perseguidos por su actitud contraria a la religión oficial. Huyen. Sus perseguidores los siguen, pero al entrar éstos en el puente que era necesario atravesar para cruzar el río, ¡oh¡, se hunde el puente ahogándose todos los accitanos en su “mar Rojo” particular.
Conocido que fue el milagro por la nobilísima Luparia, ésta e puso en contacto con ellos, levantó una iglesia y, en consecuencia, el pueblo se convirtió al cristianismo.
Creencia española basada más en la tradición que en la documentación que aportan las fuentes de la Historia.
c) Los “Libros Plúmbeos del Sacromonte” son otra fuente de información[31] que adolece de su carácter de leyenda, cuando no, de falsificación histórica, a pesar, o precisamente por ello, de que se pueda leer en una de sus planchas: “(Santiago debía llevar una copia del Evangelio) a cierta parte extrema de la tierra, y allí la esconderá en lugar santo. (Se descubrirán cuando cierto pueblo vengue a Dios; el pueblo elegido para vengar a Dios lo desvela la Virgen): “Árabes, y os digo que los árabes serán de los más hermosos entre las gentes, y su lengua una de las más bellas, elegios por Dios para salvar su ley en los últimos tiempos, después de haber sido uno de sus granes adversarios, y Dios les dotará para ello de poder y ciencia. No serán los hijos de Israel, sino los árabes quienes ayudarán a Dios (...)”
En definitiva,
1.- Lo más probables es que el cristianismo llegara a través de viajeros, mercaderes, esclavos, (...) y no de personajes famosos como Pablo o Santiago. 2.- No hay huellas arqueológicas hasta el s. IV. 3.- La Cruz no es símbolo cristiano hasta el S V 4.- El Cristianismo triunfó porque el poder político opta por él dados la universalidad (acoge a todos) de esta religión y su carácter monoteísta – fundamentalista que da culto a un solo Dios central y autoritario.
“(...) Y los cautivos de Jerusalén, que están en Sefarad (...)”[32].
Notas sueltas tomadas en la conferencia del día 7 de octubre de 2009, dada por Esther Bendaham, de la Casa Sefarad, de Madrid.
Cometemos un error cuando decimos que fueron expulsados los judíos españoles allá por el s. XV. El día 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos no firmaron en Granada el edicto de expulsión de los judíos de la Corona de Castilla, sino el que trasterraba a muchos españoles que vivían aquí desde 300 años a. de C. por lo menos, aunque practicaban el judaísmo.
“Hemos decidido ordenar que todos los judíos, hombres y mujeres, de abandonar nuestro reino, y de nunca más volver. Con la excepción de aquellos que acepten ser bautizados, todos los demás deberán salir de nuestros territorios el 31 de julio de 1492 para no ya retornar bajo pena de muerte y confiscación de sus bienes (...)”
Un pueblo expulsa a su propio pueblo, porque el totalitarismo exige unidad/uniformidad de raza, fe, lengua, ideas,...control, en definitiva.
Con este “Hemos decidido (...)”, los RR. CC. provocan un doble exilio: el exterior de los que salen de su Patria y el interior de los que se quedan en su tierra (los conversos) bajo la amenaza constante de ser acusados de transgredir la ley uniformadora en lo religioso.
Judíos que muchas veces, se sienten “otros” al ver cómo son señalados como malos cumplidores de la ley, cuando no, malas personas simplemente. Españoles que aún “sueñan con España” porque su amor a su tierra no es el de las grandes pasiones con tiempo limitado, sino el amor bíblico que nunca se desvanece.
Españoles que, en el exilio, acaban de empezar su año 5770 judío, allá donde se encuentran: Turquía, Grecia, Holanda, ...Israel,..., formando una verdadera Comunidad Autónoma de España en el exterior, ciudadanos libres y, muchas veces, con influencia social, aunque, el antisemitismo, a menudo, denuncie falsamente a los judíos como ciudadanos desleales.
A este respecto, podemos decir que el hebreo, por ejemplo, tiene la fonética sefardí, porque, entre las cosas que se llevaron está, precisamente, la palabra. Van dejando su huella en su diáspora, pese a que apenas ocupe un renglón en los libros de historia de nuestras escuelas, como dice el Presidente de la Asociación “Arte, Arqueología e Historia” al presentar a la ponente.
Entre nosotros hay muchas huellas de nuestros compatriotas de religión judía. No hay que buscarlas fuera, las tenemos en el lenguaje, en la adaptación al tiempo, en la comida,... Huellas cristianizadas en multitud de ocasiones que ya se confunden en una única manifestación cultural.
¿Existe alguna otra nación donde los judías se hayan hecho tanta nación como en España?
- Hay tres lugares: Jerusalén, Polonia y España – responde la ponente, aunque la extranjeridad les confiera una identidad que se conforma en el camino: “No olvides que eres extranjero” en tanto vuelves a Sefarad, español en el exilio por discriminación religiosa, en este caso.
Paseos por Córdoba Dirigidos por don Manuel Ángel García Parody
De Puerta Sevilla a Puerta de Almodóvar (7-03-09)
Empezamos nuestro paseo desde Puerta Sevilla (S. XVI a 1865), junto a la estatua de Ibn Hazm[33] que parece hablarnos de la Puerta que tiene detrás cuya torre fue reconstruida en 1958 con Cruz Conde como alcalde de Córdoba. Nos miran los arcos gemelos que soportan lo que parece una torre albarrana, cuando sean, posiblemente restos de un acueducto del S. X. Estamos en el extremo suroccidental de la ciudad en la que nos adentramos por el Barrio de San Basilio con su urbanismo rectilíneo y perpendicular de calles empedradas, casas de vecinos y unifamiliares hasta desembocar en la Iglesia de Nuestra Señora de la Paz, antigua casa de los monjes Basilios, 1590, que sirve como Parroquia al barrio de los ballesteros del Alcázar próximo, desde que fuera desamortizado el convento en 1846. Su interior ofrece el aspecto propio del Seiscientos. Llama la atención el retrato de uno de los priores del antiguo convento: Fray Juan Agustín Borrego, fechado en 1797. En la esquina de su fachada, vigila las calles un San Rafael, que antes estuvo en un triunfo levantando en el centro de la misma plaza. Un poquito más adelante, la torre de Belén, con un almohade arco de herradura apuntado. Torreón del llamado Castillo de la Judería. Se ve el lienzo de muralla que se prolonga hacia el Campo de los Mártires. En su interior, una capilla barroca. Cerca del arco que nos da paso a las Caballerizas Reales, en el suelo, el rapsoda de un “Mandicas” de San Basilio: Luis Prieto Romana, “Luis Navas” quien dijera en su tiempo: ¡Cómo me voy a callar si de Córdoba hay que hablar hasta que el mundo se asombre”
Pasamos de largo por las Caballerizas en obras, recordando cómo Felipe II, 1570, visita Córdoba y aquí toma la decisión de buscar un caballo español para lo cual levanta este edificio de bóvedas de arista levantadas sobre columnas de arenisca; edificio que nosotros conocimos como Cuartel de Sementales del Ejército. La calle es corta. Siguiendo la ampliación del recinto con los almohades (XII-XIII), pasamos al lado del Torreón de la Muralla, de planta cuadrada, construido con sillería caliza a soga y tizón, bordeando el jardín llegamos al monumento al amor: “Tengo celos de mis ojos, de mí toda de ti mismo, de tu tiempo y lugar aún grabado en mis pupilas mis celos nunca cesarán” Elogio del amor y recuerdo de aquella Wallada, hija de Muhammad III y de una princesa cristiana: rubia, orgullosa, culta, poeta, feminista, heterodoxa, que no se cubría con el velo tradicional, que se bordaba sus poemas en sus vestidos,... Aunque entrelaza sus manos con Ibn Hazm, éste le fue infiel con una criada negra de Wallada; por eso, ella lo rechazó recordándole que:
“sabes que soy la luna llena, pero por mi desdicha, de Júpiter estás enamorado”
A nuestra derecha, el Alcázar de los RR. Cristianos, uno de los monumentos con más historia de la ciudad de Córdoba. Levantado sobre restos romanos y visigodos, no hace grandes aportaciones arquitectónicas a la construcción cordobesa. Su historia está ligada a muchos personajes de nuestra Historia. Entre ellos podemos citar los siguientes: Alfonso XI[34] quien lo levanta en 1328, tras su victoria del Salado que abre paso hacia el control del Estrecho. Doña Leonor de Guzmán, la favorita de Alfonso onceno, con quien tuvo a Enrique de Trastámara. Los reyes Trastámara cuyas estatuas flanquean uno de los paseos del Alcázar. Uno de estos, Enrique IV se casa con Juana de Portugal y dice la leyenda que el pueblo se escandalizó un poco porque se le vio la pierna a la reina al bajarse de la jaca en que llegó al Palacio.¡Oh, tiempos...¡ Los RR. Católicos, que viven aquí unos ocho años al ser Córdoba la capital itinerante más cercana al reino de Granada conquistado con una guerra que empieza siendo puramente medieval y termina con características totalmente propias de la guerra moderna. Aquí firma la Reina Isabel la “Ley de las holgazanas[35]” por la que las mujeres cordobesas ni pueden heredar los bienes gananciales ni testar: De este modo, trataba de castigar a aquellas curiosas mujeres que no parecían tener otro quehacer que ponerse en las esquinas a ver si la Reina se asomaba. Aquí les nació la infanta Dª María de Aragón (1482-1517), futura reina de Portugal (1500-1517). Este rincón sirvió de coso para la primera corrida de toros en Córdoba. Prisión de Boabdil. Lugar de encuentro entre los RR. CC. y Colón. Sede del Tribunal de la Inquisición que presidió, entre otros, el inquisidor de infausta memoria Diego Rodríguez de Lucero, nombrado para el cargo en 1499. En menos de cuatro años mandó a la hoguera a más de 200 personas, 100 de ellas en el auto de fe del 22 de diciembre de 1504 en la Plaza de la Corredera. Sangría de fe por razones tan peregrinas como lavarse (como los musulmanes antes de la oración), no echar candela los sábados (día de descanso obligado para los judíos),...o para quedarse con los bienes de los ajusticiados. Prisión de Genaro Jiménez, 1907, donde esperaba su ejecución, aunque la piedad pública pidió su perdón. Cuando aún ondeaba la bandera negra de la ejecución, llegó su salvación, gracias al indulto concedido porque la reina Victoria Eugenia había dado a luz, felizmente, a su hijo Jaime. Cárcel franquista donde purgaron sus supuestas culpas los “rojos” vencidos. Tomando, ahora, la calle del antiguo seminarista Amador de los Ríos nos dirigimos al Triunfo de San Rafael, aunque nos detenemos un momento en la puerta del Seminario de San Pelagio. Observamos que se reproduce el martirio de San Pelagio en la puerta principal de su fachada. Recordamos que fue fundado, en 1583, por el obispo Antonio Mauricio de Pazos y Figueroa y reformado, posteriormente, por los obispos Reinoso y Mardones. Que en 1776, se le construyó la Capilla; Que en 1853, se le incorpora el Hospital de Ahogados en el río próximo. Que en 1836 sirvió de fortín para los liberales frente al carlista general Gómez. Que en 1864 se le añade el Huerto de la Inquisición. Que fue Parque de Artillería con los franceses. Que hoy es Seminario y sede del obispado. Calle adelante, desembocamos en la plaza donde se levanta el Triunfo de San Rafael levantado en el Corral de los Ahogados, El racionero Diego Manrique Aguayo encarga un primer proyecto que es desestimado por el Cabildo. A renglón seguido se encarga otro, que es iniciado el 26 de marzo de 1738, aunque sólo se hicieran los cimientos. Casi 30 años después, el obispo Barcia recomienza los trabajos el 28 de abril de 1765., bajo la dirección de Verdiguier. El 22 de junio de 1771 se suspenden los trabajos al morir su promotor D. Martín. Reanudados el 29 de junio de 1781, el fin corona la obra en 1781. La obra representa lleva un zócalo de mármol negro que simula un monte horadado. Vemos a San Acisclo, Santa Victoria y Santa Bárbara (torre).Un caballo, palmera, esturión entre juncos, cureña (símbolo de las tormentas), vides, espigas y un águila que sostiene la leyenda: “Yo te juro por Iesuchristo Crucificado que soi Rafael El Ángel a quien Dios tiene puesto por custodio de esta ciudad” . En la base del monumento, el sarcófago del obispo Pascual. Al pie de la montaña, mirando hacia la calle de Torrijos, un león de piedra blanca con un escudo en el que se lee:”D.O.M./ en/ Medicina/ Dei/ fugite partes adversae./Vicit/ leo de tribu Juda” Arriba, un castillo de piedra rosada con el escudo del obispo Barcía y, finalmente, una columna de mármol blanco, capitel compuesto y cimacio sobre el que descansa San Rafael, custodio de Córdoba. Aprovechamos que estamos cómodos sentados en los bancos adosados a la pared para recontarnos el Motín del arrabal de la Shaqunda, año 818, que protagonizó el pueblo cordobés en este lugar en tiempos de los árabes. Alhakam I exige impuestos y, a quien se niega a pagar, a prisión. El arrabal del Sur se subleva y llega a asediar al mismo alcázar del emir. Sin embargo, éste y sus soldados logra llegar a las espaldas del barrio y le mete fuego. Los “paganos” de siempre quedan emparedados entre la soldadesca y el fuego. En consecuencia, trescientos de aquellos son crucificados y el resto de la población, desterrada. Salimos del recinto enrejado del Arcángel y, bajando la suave cuestecita, nos llegamos hasta la puerta del Puente, ahora exenta, pero antes unida a la muralla y a las casas, puesto que ya existió una puerta romana y musulmana (Bab Alcántara) en este mismo lugar. La actual, diseño de Juan Herrera y obra que inició Hernán Ruiz en 1.576 fue decidida por acuerdo del Ayuntamiento en 18 de febrero de 1572. Sus columnas estriadas sustentan una cornisa y un ático rematado por un frontón semicircular. Un relieve recuerda su inauguración por el rey Felipe II. Enfrente, el río con el Puente Romano de 331 metros de longitud y 16 arcos visibles, que nos lleva a la Torre de la Calahorra levantada para defenderse de los musulmanes granadinos y al Campo de la Verdad donde Pedro I se enfrenta a don Alonso Fernández de Córdova, 1368, quien
Cuando llegó don Alfonso del largo puente al extremo, mirando a los cordobeses exclamó con voz de trueno: - Que se vuelva a la ciudad todo aquél que tenga miedo porque esta noche en el campo o morimos o vencemos. Ni uno solo se volvió y don Alfonso al saberlo, hizo una señal sonando estallar unos barrenos a cuya fuerza quedó volado el arco primero.
Parece muy valiente nuestro héroe imitador de Hernán Cortés; pero la leyenda dice que su fuerza y valor proceden del que le infundió su madre, doña Aldonza, que conminó a su hijo a que resistiese: “Por la leche que mamaste de mis pechos te pido que no entregues la ciudad”. A lo cual, el hijo se vio obligado a responder: “Señora, al Campo vamos y allí será la Verdad” Siguiendo la invitación del Río: la Albolafia y el puente de S. Rafael. Más lejos, Amargacena. Volviendo sobre nuestros pasos ahora no encontramos con el mundo de la poesía del 27. A Córdoba. ¡Oh excelso muro, oh torres coronadas de honor, de majestad, de gallardía¡ ¡Oh gran rió, gran rey de Andalucía, de arenas nobles ya que no doradas¡ ¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas que privilegia el cielo y dora el día¡ ¡Oh siempre gloriosa patria mía, tanto por plumas como por espadas¡ Si entre aquellas ruinas y despojos Que enriquece Genil y Dauro baña Tu memoria no fue alimento mío, Nunca merezcan mis ausentes ojos Ver tu muro, tus torres y tu río, Tu llano y sierra, ¡oh patria¡, ¡oh flor de España¡
En efecto, quisieron honrar la muerte de Góngora, las plumas del movimiento glorioso de la poesía española del 27. Generación que dicen que nace en el Ateneo de Sevilla, pero que podemos afirmar que tiene su origen en Córdoba con los actos celebrados para recordar al autor del poema: Luis de Góngora y Argote, entre los cuales recordamos el responso rezado el 23 de mayo de 1927 en la Capilla de San Bartolomé donde Salinas proclama las características de la Generación del 27, de minorías por exclusión, por ejemplo. Retomamos nuestro paseo por la orilla de la Mezquita – Catedral (que dejamos para otra ocasión) reconociendo a lo largo de nuestro recorrido: el Palacio Episcopal; regalo de Fernando III; fortaleza con contrafuertes; obra del XVII con el obispo Mardones; que sufrió un incendio en 1745; .. El Hospital de San Sebastián: levantado por Hernán Ruiz I entre 1512 y 1516; renacimiento cordobés; iniciativa del no muy virtuoso en su época joven Juan Fernández de Córdova, razón por la que apadrina la creación del Hospital, tal vez para hacerse perdonar su vida un tanto alejada de la moral cristiana. Posteriormente, fue casa de expósitos y hospital de maternidad (1815 – 1961). En su fachada gótica – isabelina vemos a San Pedro, San Sebastián y San Pablo. Destacan los baquetones laterales con remate cónico, el arco cornopial con crestería floral y la espadaña dirigida al cielo. Calle Torrijos adelante, en el extremo de la fachada oeste de la Mezquita, la primera puerta del edificio: Postigo de la leche adonde acudían las mujeres que querían amamantar a los expósitos abandonados en las galerías del Patio de los Naranjos. Curioseando en las tiendas que flanquean nuestro paseo, llegamos al edificio levantado en el solar que, en 1701, Antonio Carlos del Corral vendió a Fray Pedro de Salazar, quien quería construir un colegio para acólitos. Encargó las obras al arquitecto Francisco Hurtado Izquierdo que las empezó inmediatamente. Mas, la desgracia de la peste de 1704, reconvirtió la idea primigenia en Hospital tan necesario en estos momentos. Y así los enfermos pudieron acogerse a los beneficios de la medicina a partir del 11 de noviembre de 1724, fecha la inauguración del Hospital, aunque su promotor no pudo ver su obra culminada pues murió en 1706 Hoy es Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba con que se cristalizan los deseos de Juan de Ávila (6 de enero de 1499 ó 1500 – 10 de mayo de 1569) que ya quiso un centro universitario en esta ciudad Rodeando la Facultad, nos asomamos a su Capilla dedicada a San Bartolomé, en pleno barrio de la Judería. Sólo podemos medio ver su fachada gótico mudéjar con arcos apuntados estilo califal.¡Lástima¡ Cruzando el Zoco, nos encontramos al médico, rabino y teólogo judío Moshé ben Maimon (1135 –1204), quien nos encamina hacia la antigua Sinagoga de la calle Judíos, única de Andalucía; una de las tres de España. Es construida en 1315 (5075 del calendario judío). Más tarde, es dedicada a hospital de hidrófobos: hospital de Santa Quiteria; luego, es reconvertida en ermita, la de San Crispín, del gremio de los zapateros; posteriormente, escuela de párvulos, y, finalmente, desde 1885, monumento nacional dedicado a la curiosidad de los turistas y objeto de referencia para estudiosos y creyentes. Los turistas se arremolinan para entrar; por eso, nosotros seguimos adelante a desembocar en la Puerta de Almodóvar (Bab al-Chawz, Puerta del Nogal, Puerta de Badajoz). Dos torreones prismáticos unidos por un arco adintelado nos saludan y nos invitan a atravesarla dando así fin a nuestro paseo de una primaveral mañana de Marzo. Nuestro guía, Profesor García Parody nos despide junto a las estatuas de Séneca y Averroes, no sin desearnos un buen día que puede comenzarse regándolo con un buen caldo de la tierra. No despreciamos su consejo y así lo hacemos en una bodega próxima. La charla continúa, aunque ahora con otro tono más coloquial. El vino así lo requiere.
La AXERQUÍA (16-05-09) Por Manuel Ángel García Parody
Introducción
Este itinerario recorre un trozo de la parte baja de la ciudad, conocida como la Axerquía. Se parte de la plaza de Aguayos en la que se hace referencia a sus alrededores como el palacio del vizconde de Miranda, hoy convertido en casa de vecinos. Sigue por la iglesia de San Pedro, recientemente restaurada y distinguida por la Santa Sede como Basílica Menor desde noviembre de 2006. Desde allí, y a través de las calles Rodrigo y Lineros, se llega a la famosa Plaza del Potro, centro neurálgico de la ciudad cuando se navegaba el Guadalquivir y lugar ligado a la obra de Cervantes y a la memoria del pintor Julio Romero de Torres. Desde la plaza del Potro hasta la Cruz del Rastro apenas hay unos metros. Desde aquí se contempla el río y se continúa por la antigua calle de la Feria, durante mucho tiempo la más ancha de la ciudad y verdadero eje de la misma. Transcurre por el trazado de la muralla que separaba la Axerquía de la Medina. En ella es necesario detenerse en la Cruz del Rastro, el palacio de los Marqueses del Carpio, la iglesia y convento de San Francisco, el Portillo, etc. Son muchas las huellas de la historia en esta calle que nos permitirán conocer los linajes nobiliarios que gobernaron la ciudad en el Antiguo Régimen, la huella de los franceses o episodios singulares como el de la Cruz del Rastro. La siguiente parada es la plaza de la Corredera que antes de ser plaza fue mercado andalusí y que remodeló el corregidor Ronquillo Briceño como uno de los grandes espacios tan gratos para el urbanismo barroco. Fue uno de los principales centros de la ciudad y aún mantiene su vitalidad desde la reciente restauración. Recortando por la antigua huerta del convento de San Pablo se accede a la plaza de San Andrés en la que se alza otra de las iglesias fernandinas y el palacio renacentista de los Luna. Muy cerca se halla el palacio de Orive, casa que tuvo fama por sus encantamientos y que hoy alberga el área de cultura del Ayuntamiento. Por la calle de San Pablo se llega a uno de los templos mejores de la ciudad, el Real Convento de San Pablo, en su tiempo regentado por los Dominicos y que alberga el impresionante grupo escultórico de las Angustias, obra postrera del imaginero Juan de Mesa. La calle Capitulares, con las actuales Casas Consistoriales y los restos del templo de la época Flavio, constituyen el punto final del itinerario iniciado con las referencias a las mansiones señoriales de los Aguayo y Miranda y concluido con la insistente huella romana en el templo imperial y en el emplazamiento del circo.
Plaza de los Aguayos
El nombre de esta recoleta plaza alude a uno de los apellidos de los marqueses de Villaverde. En ella encontramos la casa solariega con fachada renacentista del siglo XVI que desde 1905 es la sede del Colegio de la Sagrada Familia, conocido como de “Las francesas” por el origen de las monjas que la compraron. En la misma plaza está el Triunfo de San Rafael levantado a instancias del marqués de Santaella en 1763. En las proximidades de la plaza se pueden observar las fachadas de dos palacios: el del vizconde de Miranda –que poseía el mayor salón de la ciudad después del que había en el Círculo de la Amistad- en la calle Alfonso XII y la Casa de los Trillo-Figueroa, en la calle de la Palma. Ambos palacios son hoy casas de vecinos. San Pedro
Muy cerca de la plaza de Aguayo se levanta la iglesia de San Pedro, una de las fundaciones fernandinas. Parece que con anterioridad –siglo IV- fue un templo cristiano que albergó los restos de los mártires Januario, Marcial y Fausto. La iglesia sufrió numerosas reformas. La más importante es la de la fachada renacentista, obra de 1542, de Hernán Ruiz II. En su interior destacan el retablo mayor de Félix de Morales y el de la capilla de los Santos Mártires de Gómez de Sandoval. Los restos de éstos se descubrieron en 1575, lo que dio fama y prestigio a la iglesia que gozó de mantener, junto a la Catedral, el derecho de asilo cuando Carlos III lo suprimió. Es Basílica Menor por disposición de Benedicto XVI del 23 de noviembre de 2006.
Calle de Lineros
Esta calle, paralela al río, recuerda a los trabajadores del lino que vivían en ella. Antiguamente se inundaba con facilidad al llegar las aguas de la parte alta de la ciudad y, según Ramírez de Arellano, en alguna ocasión remaron barcos por ella. Tras la guerra civil se dedicó al coronel Cascajo, responsable del golpe militar del 18 de julio de 1936, pero volvió a su antigua denominación con la llegada de la democracia.
Plaza del Potro.
Termina la calle de Lineros en una de las más famosas plazas de Córdoba, la del Potro. Fue durante mucho tiempo uno de los lugares más concurridos de Córdoba, por su condición de mercado de ganado caballar y mular. Hoy su extensión está muy mermada. Han sido muchos los intentos de ampliarla mediante su unión con el Picadero del Potro. La Fuente del Potro data de 1577 y su ubicación en el emplazamiento actual es de 1874; antes estuvo situada en el extremo opuesto. De ella se proveían de agua sus vecinos, conduciéndola a los cántaros mediante cañas. El Triunfo de San Rafael enfrentado a la fuente fue hecho a iniciativa de Verdiguier en 1768. Estuvo situado en la Plaza de San Hipólito originariamente y trasladado aquí en 1924, cinco años antes de que se renovara el pavimento de la plaza. En esta plaza hubo durante la Baja Edad Media al menos seis mesones, uno de los cuales, el del Potro, único que se conserva, subsistió como posada hasta muy recientemente. Vicente Espinel cita el mesón en su "Vida del escudero Marcos de Obregón", y Cervantes en "Don Quijote" y "Rinconete y Cortadillo". También en esta Plaza estuvo el Hospital de la Caridad, fundación real de comienzos del siglo XV, reafirmada por los Reyes Católicos en 1483 durante una estancia en Córdoba. El hospital practicó la caridad con pobres, encarcelados y todo tipo de enfermos excepción hecha de venéreos y contagiosos, si bien en tiempo de epidemias colaboró activamente. Sus rentas llegaron a alcanzar los 30.000 reales, sobre todo después de que muchos hospitales se fundieran en él hacia 1561. Tras su extinción en 1837, sus rentas se transfirieron al Hospital del Cardenal Salazar. La Iglesia se edificó en 1493, con privilegio para decir misa y administrar sacramentos aunque hubiera interdicto sobre la ciudad, siempre que fuera a puerta cerrada. Era la sede de una cofradía, la de la Caridad, en la que solo podían entrar los que demostraran ejecutoria nobleza. Formaron parte de ella doña Juana I, Carlos I y Felipe II. El Hermano Mayor era elegido por los cofrades, y tanto uno como otros gozaban de gran prestigio entre los cordobeses. Sus disputas con otras cofradías fueron frecuentes por razones protocolarias; por ejemplo, a la hora de fijar qué lugar ocuparían sus cofrades en las procesiones de los Autos de Fe. El edificio que albergó la Cofradía, tras su extinción, fue casa de vecinos durante algún tiempo, destinándose finalmente a usos culturales. En la década de los sesenta del siglo XIX Rafael Romero Barros instaló en él un museo con cuadros procedentes de conventos desamortizados. Se ubicó también en el mismo lugar el Museo Arqueológico y la Escuela de Bellas Artes, junto con una escuela de música, la Biblioteca Provincial y la Real Academia de Córdoba. Esta última institución cederá su parte en 1931 para museo de las obras de Julio Romero de Torres. En un recorrido por la España de la mala vida, la Plaza del Potro ocuparía un lugar de honor. Mesones y mercado -fue centro de mercaderes de agujas- determinarían, probablemente, este carácter. En "El donoso hablador" se nos dice de ella que era "cuna de mozos despiertos y de pelo en pecho". En "Estebanillo González" dice su protagonista que "después de haber sido paje, estudiante y soldado," sólo le faltaba ir al Potro "para doctorarme en las leyes que profeso". A principios del XVII Liñán escribía que "Córdoba es aduana de desengaños", y el historiador contemporáneo Deleito y Peñuela afirma que nacer en el Potro era "una ejecutoria, al menos de listo y agudo", al tiempo que recoge noticias de los muchos mulatos, pajes y lacayos que abandonaban a sus amos para refugiarse en Córdoba. La calleja de Armas, desemboca en esta plaza. Tuvo una vida comercial muy floreciente dado que en ella trabajaban y vivían los armeros productores de navajas, cuchillos, espadas, alabardas, lanzas y arcabuces. En esta calle estuvo la Ermita de la Consolación, levantada a comienzos del XV y convertida en casa de expósitos posteriormente, mantuvo esta función hasta 1599 en que se trasladó a San Jacinto.
El paseo de la Ribera
La Plaza del Potro se abre hacia el Paseo de la Ribera, espacio urbano muy modificado a lo largo del tiempo. De 1773 data la primera propuesta seria de construir un murallón, para el que se calculó un presupuesto de 1.080.300 reales aprobado por Real Provisión de mayo de 1776. La financiación correría a cargo de Córdoba y otras provincias, por considerarse que todas se beneficiaban de la construcción de murallón, puente y vía. Las obras fueron muy lentas, con largos períodos de inactividad, viniendo a concluirse hacia finales del siglo XIX, si bien el trazado comprendido entre la Cruz del Rastro y el Puente Romano corresponde al siglo actual. El muro de contención fue construido sobre restos de la muralla romana y determinó la eliminación de las chabolas que se alineaban a lo largo de las riberas del río. Hasta hace poco quedaban restos de molinos andalusíes, sirviendo uno de ellos, "el de Martos", como caseta para bañistas de una playa artificial, ya imposible por la contaminación. Precisamente para protestar por la contaminación del Guadalquivir a su paso por Córdoba, se produjo la primera manifestación de la España pos franquista en nuestra ciudad. Las crecidas del Guadalquivir fueron corrientes en el transcurrir de los años, se recuerdan especialmente las de 1876, 1892, 1917 y 1947. Entre la Plaza del Potro y la Ribera estuvo, desde la conquista castellana, la mancebía, casa autorizada de mujeres públicas. También en sus inmediaciones se ubicó el Picadero del Potro, lugar de amaestramiento de caballos y en donde se probaban los que se vendían.
Cruz del Rastro
Señala la confluencia de la calle San Fernando con la Ribera. Desde muy antiguo se celebraba en este lugar un mercado, luego trasladado al Campo de la Verdad. Una de las grandes matanzas de hispano-judíos ocurridas en Andalucía (1473), se desencadenó en este lugar, al arrojar inadvertidamente un judío agua sucia a la calle, cual era lo corriente, con tan mala fortuna que fue a dar a una imagen de la Virgen que procesionaba la Hermandad de la Caridad. Fueron tres días de asesinatos y desmanes, hasta que judíos y conversos pudieron refugiarse en el Alcázar bajo la protección del noble cordobés Alonso de Aguilar.
Calle de San Fernando o de la Feria
La calle de San Fernando o de la Feria, como se la sigue denominando popularmente, bordea la muralla este delimitando la antigua Madina de la Axerquía que, antes de la conquista de Córdoba, se comunicaban por medio de puertas abiertas a la altura de la actual Cuesta del Bailío y Arquillo de Calceteros; el Portillo, la Cuesta de Luján y la Zapatería se abrieron después de la conquista. La calle tuvo un marcado carácter mercantil y festivo. En ella se concentraba el grueso de las dos ferias francas que en 1284 concedió Sancho IV de Castilla a Córdoba en agradecimiento por haberse pasado a su bando durante la rebelión que mantuvo contra su padre (Alfonso X). En cuanto a su carácter festivo hemos de decir que en ella se corrieron cañas y cintas, y se lidiaron y rejonearon toros. En la festividad del Corpus Christi se exornaba extraordinariamente con altares y colgaduras y barcas engalanadas simulaban en el río combates entre la admiración de las gentes. Además de las fiestas con motivo del Día del Señor, se puede decir que no había celebración en Córdoba que no tuviese en la Feria su escenario –fiestas de San Rafael, procesiones, proclamaciones, etc.-. Hasta hace poco en ella se celebraron las veladas de las noches de San Juan y de San Pedro y San Pablo. Como anécdota histórica merece recordarse que con motivo de la vuelta de Fernando VII de Cádiz en 1823, liquidado el denominado Trienio Liberal, su carruaje desfiló por la calle engalanada entre las disputas de los realistas por tirar de él. La fisonomía de la calle varió a lo largo del tiempo. Se sabe que antes de 1551 hubo a lo largo de ella dos filas de balcones corridos y soportales, suprimidos poco a poco, si bien las edificaciones se caracterizaban por sus muchos ventanales y vanos para la contemplación de los espectáculos referidos, de ahí que los propietarios los arrendaran, sobre todo en su parte más ancha que era donde se corrían toros.
Palacio de los marqueses del Carpio.
El primer edificio importante que encontramos en la calle de la Feria es el Palacio de los Marqueses del Carpio, cuyo torreón era una de las torres de la muralla. Es un edificio que ha sufrido muchas modificaciones. Lo más interesante son los elementos góticos de sus vanos. Los marqueses del Carpio eran la familia Méndez de Sotomayor. Otros linajes importantes fueron los Ríos –Fernán Núñez-, Venegas –Luque- y sobre todo los Aguilar, descendientes de don Alfonso Fernández de Córdoba. Se dividieron en cuatro grandes linajes: - El de Aguilar, con don Alonso de Aguilar (1455-1501) que fue alcalde mayor de Córdoba y señor de Aguilar, Cañete, Carcabuey, Montilla, Monturque, Montalbán, Priego y Puente Genil. - El de los condes de Cabra y señores de Espejo, encabezada por don Diego Fernández de Córdoba (1435-1481), que fue alguacil mayor de Córdoba. Estaba enfrentado a don Alonso de Aguilar. - El de los señores de Lucena, Espejo y Chillón –hoy en la provincia de Ciudad Real-, que apoyaban al de Aguilar. - El de los señores de Montemayor y Alcaudete, que hacían lo propio con los condes de Cabra. Los grandes linajes se repartieron el gobierno de Córdoba a través de cargos hereditarios –venticuatrías-, practicaron la endogamia entre ellos, dominaron la mayoría de las tierras de la Vega, la Campiña y la Sierra y controlaron negocios urbanos como los molinos, batanes, tenerías, viviendas.
Iglesia y convento de San Francisco (San Pedro el Real)
Se accede a esta Iglesia por medio de un recinto aislado de la calle la Feria, si bien está comunicado con ella por medio de un arco de medio punto. El convento fue fundado por Fernando III después de la conquista de Córdoba, donando para ello a los franciscanos que lo habitarían un solar donde, según la tradición, hubo notables escuelas andalusíes. El número de profesos fue siempre considerable, seguramente porque no se exigían medios para ingresar. El edificio conventual fue de gran tamaño, llegando a tener 14 patios y una amplia huerta. El claustro, del cual se conservan dos galerías, estuvo decorado con altares y pinturas de Saravia, Alfaro y Antonio del Castillo. Dicho claustro fue lugar de enterramiento de familias nobles cordobesas. Todo el conjunto sufrió el saqueo de los franceses en 1808 y la comunidad fue disuelta. Terminada la Guerra de Independencia, el convento fue destinado a cuartel hasta la restitución de la comunidad que volvería a hacerse cargo del edificio hasta su definitiva exclaustración. El convento fue entonces vendido y en él se establecieron fábricas de paños, hules, lienzos y sillas. La Iglesia, en su actual configuración, data del siglo XVII, siendo su fachada típicamente barroca. Delante de ella se encuentra el llamado Compás de San Francisco donde se celebraron, en ocasiones, Autos de Fe.
El Portillo y otras edificaciones
Hacia la mitad de nuestro recorrido por esta calle encontraremos: a) El Arco del Portillo o de los Mercaderes, llamado así por los que en ese lugar ponían sus tiendas. Con posterioridad se establecieron en él mujeres públicas. b) La fuente abrevadero, que data de 1796. c) El Hospital de los Peregrinos del Santísimo Corpus Christi y Santa Lucía, que daba cobijo a forasteros y mendigos y enterraba a los transeúntes que morían a su paso por Córdoba. Fue suprimido en 1842. Para terminar sólo nos queda apuntar que la denominación de calle de San Fernando se le dio en 1862,
Plaza de la Corredera
Por las calles Maese Luis y Sánchez Peña llegamos a la plaza de la Corredera. Recibe este nombre porque en ella se hacían corridas de toros, cintas y cañas. Precisamente por las corridas de cañas que se celebraron en ella, la Plaza contigua a la Corredera se llama "de las Cañas". La Corredera consta en la actualidad de 435 balcones y 59 arcos. Sólo una zona, las llamadas casas de Doña María Jacinta, carecen de balconada y arcos. Al parecer en este lugar se celebraba el mercado de la Axerquía andalusí, trasladado al Rastro tras la conquista de la ciudad por Fernando III. Aunque hacia 1357 ya debía existir como plaza, fue entre 1568-69 cuando se construyeron los primeros portales. La principal construcción se debió a la iniciativa del corregidor Ronquillo Briceño en el siglo XVII (1683-1687) para evitar los riesgos que entrañaban las estructuras provisionales que se instalaban en ella para los festejos y para hacer realidad en Córdoba el urbanismo barroco de grandes espacios abiertos. No pudo homogeneizarse, sin embargo, el rectangular recinto por la zona de casas que persistieron tras conseguir sus propietarias mantenerlas, tras largos pleitos que Carlos II resolvió a favor de las dueñas -Ana Jacinta de Angulo y María Fernández de Córdoba. Aparte de otros cometidos, en la Corredera se celebraron durante muchos años los momentos que se consideraron históricos para la vida de España y de la ciudad: en 1571 la victoria de Lepanto; en 1624, una corrida de toros con asistencia de Felipe IV que visitaba Córdoba; en 1749, la celebración de la firma de la paz con Inglaterra; en 1796, una corrida de toros lidiados por Pedro Romero y Pepe Hillo, con motivo de la visita de Carlos IV y su familia; en 1812, la corrida celebrada por la proclamación de la Constitución de Cádiz; en 1820, los festejos por la restauración de la Constitución, colocándose una lápida de mármol conmemorativa entre la euforia de los liberales; en 1823, otra corrida de toros en honor de Fernando VII repuesto en su poder absoluto por los "Cien Mil Hijos de San Luis". En esta ocasión, después de arrancada y arrastrada la lápida a que antes se ha hecho referencia, se lidiaron toros negros, en clara alusión a los, ahora, perseguidos liberales. Una coplilla dejó constancia de la intención y el suceso:
"Hasta en el circo ha querido hacer ver esta ciudad el triunfo que su lealtad sobre el "negro" ha conseguido: de ese color se han corrido ocho toros de estatura, a que opuesta la blancura de toreros y caballos, entre feroces desmayos se concluyó su bravura".
En 1834, con los liberales, ya de forma definitiva, en el poder, los restos de la accidentada lápida constitucional volvieron a lucir en la Corredera. La plaza fue, pues, mercado, coso taurino, lugar de ejecuciones y recinto donde se ubicaba la cárcel. Contando Córdoba desde 1846 con una plaza de toros, se inició en 1873 la construcción de un mercado de abastos promovida por José Sánchez Peña, en los solares de la antigua Casa del Corregidor y cárcel. Culminado éste, quiso construir otro mayor en el centro de la plaza, obteniendo para ello una concesión municipal de explotación por un período de 50 años. Su muerte, ocurrida en 1883, le sorprendió sin ver realizado el proyecto. El Ayuntamiento, consciente de la necesidad de un mercado mayor, encargó al arquitecto Pedro Alonso un proyecto, en 1888, valorado en 409.467,23 pesetas. La iniciativa privada no respondió a la oferta y por dos veces quedó desierta la subasta. José Sánchez Muñoz, hijo de Sánchez Peña, buscó un socio con capital y consiguió ampliar la concesión administrativa obtenida por su padre a la sociedad Empresa de Mercados de Córdoba, creada con aportación económica del francés Luis Leuhnox. Resuelto el problema, las obras se iniciaron en 1893 y el mercado fue inaugurado en 1896, cuando Córdoba contaba con un censo de 57.000 habitantes. El edificio, una obra de hierro con un alzado de 91 por 36 metros y 3.276 metros cuadrados, con 400 puestos y dos galerías subterráneas para almacén, fue duramente criticado por Torres Balbás, quien consideraba que la grandeza de la plaza quedaba "profanada por un mercado de hierro". Concluida la concesión, el alcalde Antonio Cruz Conde decidió la demolición del mercado, efectuada en 1959, para devolver a la Corredera su carácter original. En sustitución se construyó un mercado subterráneo. Desde 1982 el conjunto es monumento artístico-nacional. Al construirse el mercado subterráneo del que acabamos de hacer referencia, aparecieron unos espléndidos mosaicos romanos -hoy en el Alcázar de los Reyes Cristianos-, lo que dio pie a pensar que en la Córdoba romana el solar de la plaza fue lugar de villas de recreo.
Plaza de San Andrés.
Salimos de la plaza de la Corredera por la significativa calle del Toril. Desde ella seguiremos la del Juramento que nos conducirá a la de Pedro López, calle que recuerda al emprendedor riojano creador de la primera Banca cordobesa e impulsor del Gran Teatro. Recientemente se ha abierto el Huerto de San Pablo que nos permite acceder al palacio de Orive y plaza de San Andrés. Por una estrecha callejuela llegamos a la plaza de San Andrés. En ella se ubica otro palacio renacentista, el de los Luna, fechado en 1544 y con un original balcón de esquina en forma de ajimez. Ante el palacio, la fuente que centra la plaza, data de 1664 y estuvo anteriormente en la Plaza del Salvador, trasladándose aquí en 1862 ó 63. Fue remodelado todo el conjunto, pavimentado y ajardinado en 1925, siendo alcalde de Córdoba José Cruz Conde. A escasos metros de este punto nos encontramos con una nueva iglesia, la de San Andrés, otro templo fernandino posiblemente edificado sobre una antigua iglesia mozárabe. Ha sufrido numerosas remodelaciones que le han hecho perder su primitiva identidad. La antigua fachada -parcialmente conservada- formaba atrio con verja bajo un airoso arco. En las obras de ampliación acometidas en el XVIII aparecieron restos romanos -dos estatuas consulares, columnas, un sepulcro, etc.-, junto con restos de enterramientos alrededor de todo el recinto eclesial. La torre, que se erigió en el siglo XVIII, lleva el escudo de armas del obispo Marcelino Siuri y se remata con un aspa, signo del martirio del titular. El Palacio de Orive o Palacio de los Villalones, es una de las más hermosas edificaciones de la arquitectura civil del Renacimiento, obra de Hernán Ruiz II (1560) y sede actual de la Delegación del Cultura del Ayuntamiento. Este palacio está ligado a la leyenda de doña Blanca de Ucel, la señora de la casa que por querer buscar un tesoro desapareció bajo el suelo de la casa y cuyos gritos dicen oírse en ocasiones. Iglesia de San Pablo
La calle de San Pablo une las iglesias de San Andrés y San Pablo. Ésta, templo del antiguo convento de los padres dominicos, fue fundada por Fernando III quien en 1241 concede el privilegio de donación. Se edificó durante los siglos XIII-XV y a pesar de las modificaciones sufridas conserva su estructura gótica. Es de tres naves con ábside y bóvedas de nervadura. La cubierta interior es un magnífico artesonado mudéjar. Según Ramírez de Arellano el edificio se levantó sobre un solar donde apareció un pavimento de grandes sillares recorrido por dos raíles oxidados de hierro, todo ello de época romana.
Ayuntamiento y templo romano
Enfrente de esta iglesia se alza la nueva Casa Consistorial, que se inauguró en febrero de 1985. Al lado de ella podemos admirar algunos restos -columnas con capiteles de orden corintio- del pórtico de un templo romano del siglo I. En el Museo Arqueológico Provincial hay expuesta una maqueta que nos permite hacernos una idea de cómo pudo ser este monumento de la Córdoba romana. [1] Pedro ROSO. “El exilio literario”. Conferencia pronunciada en el Aula de Historia de Córdoba el 29 de abril de 2009 [2] Enrique TIERNO GALVÁN. “Reflexiones sobre la historia de España” Conferencia pronunciada en Sevilla el 29 de mayo de 1977. [3] Pierre VILAR Historia de España. Presse Universitaires de France.París, 1947. [4] Emilo GONZALEZ FERRIN. Historia General de Al Andalus. Ed. Almuzara. Córdoba, 2006 [5] Sobre la revuelta del Arrabal, véanse R.DOZY, Historia de los musulmanes en España. Tomo I. Emecé editores. Buenos Aires, 1946, pp. 268 y siguientes. WATT; M.Historia de España islámica. Alianza Ed. Pág. 41. y F. RUIZ GIRELA, “El acontecimiento que desencadenó la revuelta del Arrabal según el muqtabis Ii de Ibn Hayyan” Anaquel de Estudios árabes. Vol. 16, pp. 219-225. [6] Emilio GONZÁLEZ FERRÍN. Op. Cit. [7] Haim BEINART. Andalucía y sus judíos. Publicaciones Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1986, p. 39 [8] Sobre los reinos taifas y las invasiones norteafricanas, véanse GUICHARD, Pierre; SORAVIA, Bruna; Los reinos de taifas : fragmentación política y esplendor cultural. Editorial Sarriá. Málaga, 2005. REILLY, Bernard F; Cristianos y musulmanes (1031-1157). Editorial Crítica. Madrid, 1992. VIGUERA, María Jesús; Los reinos de Taifas. RBA Coleccionables. 2007. VIGUERA, María Jesús; coord. Los reinos de taifas. Espasa-Calpe, Madrid, 1999 y VIGUERA, María Jesús; De los Taifas al Reino de Granada : al-Andalus, siglos XI-XV. Historia 16. 1995. [9] Sobre la expulsión de los moriscos, véanse Henri LAPEYRE, Geographie de l’ Espagne medieval. Sev Pen. París, 1960; Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ y Bernard VICENT, Historia de los moriscos y tragedia de una miseria. Alianza Editorial. Madrid, 1985 y Rafael BENÍTEZ SÁNCHEZ-BLANCO, Los moriscos españoles, su conversión y su expulsión. Instituto Cultura Juan Gil Albert. Diputación de Alicante, 1990. Para el caso de Córdoba, Juan ARANDA DONCEL. Los moriscos en tierras de Córdoba. Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. Córdoba, 1984 [10] Haim BEINART. Op. Cit. Pag. 51 y siguientes. [11] Sobre la expulsión de los Jesuitas, véase Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz. Revista Andalucía en la Historia nº 24. abril 2009. [12] McGAHA, Michael: “Domingo Badía ('Alî Bey) en Marruecos” Espacio, tiempo y forma. Serie V, Historia contemporánea, Nº 9, 1996 , pags. 11-42[13] Manuel GARCÍA PARODY. Los orígenes del socialismo en Córdoba. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba. Córdoba, 2002. Pág, 117 [14] Sobre Gabriel Morón véanse Manuel GARCÍA PARODY, op.cit y el artículo publicado en el diario “Córdoba”, 17 de octubre de 2006, por José Luís CASAS SÁNCHEZ. Está a punto de publicarse por el Centro de Estudios Andaluces una biografía cuyo autor es el profesor Rafael Quiroga-Cheyrouze y Muñoz. [15] GARCIA VERDUGO, Francisco (ED.) Francisco Azorin Izquierdo: arquitectura, urbanismo y política en Córdoba (1914-1936). Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba. 2006 universidad de Córdoba. Servicio de publicaciones
[16] Manuel TORIBIO GARCÍA, “Antonio Jaén Morente y el andalucismo histórico”, en Andalucía en la historia, nº 14, 2006 y”Antonio Jaén Morente, una vida al servicio de la II República” en Actas del IV Congreso sobre Republicanismo. Córdoba, 2009. María Nieves GARCÍA PAREJA, “La Lección de América, de Antonio Jaén Morente”, Boletín de la Real Academia de Córdoba, nº 54, 2008. [17] Sandra CHECA, Ángel del RÍO y Ricardo MARTÍN: Andaluces en los campos de Mauthausen. Centro de Estudios Andaluces. Edición digital. José María LUQUE, “Montalbeños en Mauthausen” en diario Córdoba, 28 agosto 2008. [18] “Laus Hispaniae”, compuesta por San Isidoro como pórtico a su Historia Gothorum [19] Honorio entregaría 600.000 modios de trigo a los visigodos y le entrega la Aquitania para que se establezcan allí. [20] Asentados por aquí para controlar el Mediterráneo. [21]Las historias de los godos, vándalos y suevos, de Isidoro de Sevilla, ed. Cristóbal Rodríguez Alonso, León, 1975, pp. 261–2 [22] Las conspiraciones siguen (la de Argimundo, por ejemplo), la cuestión bizantina sigue sin resolver, etc. [23] Por ejemplo: la forma de vestir se adaptó a la de los romanos. [24] “Laus Hispaniae”, de San Isidoro. [25] Recordemos, a este respecto, que los paganos eran los habitantes de los “pagos” del campo. [26] Epístola a los Romanos 15, 23-24. [27] Ireneo de Lyon: “Contra los herejes”, I,3. Entre los años 182 – 183. [28] Tertuliano: “Contra los judíos”, VII, 4-5. [29] El presbítero “Eumancio de Solia” (del Guijo) es uno de los firmantes de las actas del concilio de Illiberis (Elvira, Granada). [30] Hechos de los Apóstoles, 12, 1-2. [31] Algunos los llaman “el quinto evangelio, inspirado por la Virgen. Otros, sin embargo, dicen que son un intento hecho por la burguesía morisca de conciliar el Cristianismo con el Islam. Fueron declarados falsos por Roma en 1680. [32] Abdías 1,20 [33] Obra de Ruiz Olmos, 1963. Tiempos del alcalde Guzmán Reina. Levantada con motivo del Año Internacional de la Poesía andalusí. Otro acto muy llamativo fue arrojar flores en el Guadalquivir. [34] También levanta la Colegiata de San Hipólito donde reposan sus restos. [35] En vigor hasta tiempos de Carlos III.
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