SEMINARIO CÓRDOBA ARQUEOLÓGICA |
Actividades - Año 2005
Ildefonso Robledo Casanova
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CELTI
ARQUEOLOGÍA EN PEÑAFLOR, SEVILLA
De Peñaflor, lugar situado en la desembocadura del Genil (antiguo Singilis) en el Guadalquivir, procede una notable inscripción romana de un agricultor rico aficionado a la caza y a la pesca. En ella se cita a la población de Celti, que no es sino el nombre antiguo de lo que hoy es Peñaflor. Fue escrita en versos brillantes y data probablemente del siglo I: “A los dioses Manes. Aquí yace Quintius Marius Optatus, natural de Celti y de edad de veinte años. ¡Ay dolor! ¡Oh tú, caminante, que pasas por la acera de este camino!, entérate de quién fue el joven cuyos restos mortales se guardan dentro de esta tumba. Apiádate de él y ofrécele tu saludo. Era diestro en lanzar el arpón y el anzuelo al río, donde cogía abundante pesca; sabía como cazador hundir su jabalina en el corazón de bravías fieras; sabía también aprisionar a las aves con varetas armadas en liga. Además cuidaba del cultivo de los bosques sagrados, y a ti, ¡oh Diana!, en Delphos nacida, casta, virgen y triforme luna, erigió un santuario tutelar de la umbría floresta cumpliendo lealmente el voto hecho. En el gran predio de su heredad dio feliz impulso a las labores agrícolas, requiriendo que por ellas se juntasen los dilatados valles a los declives pintorescos y las cumbres ásperas de la sierra, ya rompiendo tierras eriales con el arado, ya encerrando y abrigando cuidadosamente preparados los tiernos sarmientos de la vid”
Arqueología en Peñaflor La inscripción funeraria que hemos reproducido siguiendo la traducción de Antonio Garcia y Bellido (Algunos epitafios hispanorromanos, en “Veinticinco estampas de la España Antigua”, Madrid, 1967), permite que nos adentremos en la historia antigua de Peñaflor, pequeña población sevillana situada en el valle del Guadalquivir, cerca de Palma del Río, en las estribaciones de Sierra Morena, que alcanzó momentos de prosperidad en los tiempos del Alto Imperio romano. Por su situación estratégica, cerca de los rios Betis y Singilis y de las riquezas mineras de la sierra, desde tiempos antiguos acudieron a estos parajes grupos de hombres que procedentes del sudeste peninsular estaban influenciados por los pueblos colonizadores orientales. Su viaje hubo de realizarse siguiendo el curso del valle del Genil, que muy cerca de Peñaflor se une con el Guadalquivir, siendo su pretensión la de acceder a los ricos minerales de cobre que afloraban en las minas de Sierra Morena.
El día 2 de abril de 2005 nuestro Seminario “Córdoba Arqueológica” organizó una visita a esta antigua ciudad iberorromana de Celti que fue dirigida por José Francisco López Muñoz, profundo conocedor de estos lugares y colaborador habitual de la revista que edita nuestra Asociación. En el curso de esa visita, que se desarrolló en un día irregular en el que unas veces llovía “a cántaros” y otras lucía un espléndido sol, tuvimos oportunidad de visitar la Ermita de los Santos Mártires, los hipogeos romanos de la calle Cuevas, las murallas de El Higuerón, los vestigios de las excavaciones realizadas en lo que fue antigua Celti y la especialmente atractiva, por diversos motivos, Ermita de la Virgen de Villadiego, patrona de Peñaflor.
El Higuerón y Celti Se conoce con el nombre de El Higuerón una interesante construcción muraria rematada en talud, alzada con inmensos sillares de traza ciclópea, que labrados de manera tosca llegan a alcanzar un peso que supera las dos toneladas. El sólido murallón se inserta en el contexto de las defensas de la ciudad de Celti contra las embestidas de las aguas del Guadalquivir. La obra se levanta frente al río, en un paraje natural de gran belleza, y al no haber sido objeto de excavación poco se conoce sobre sus orígenes concretos y su funcionalidad real. Se discute su posible origen tartésico, fenicio, turdetano o incluso romano, y tampoco existe acuerdo sobre si se trata de los restos de un antiguo puerto fluvial o los vestigios, simplemente, de las murallas de Celti.
La cercanía al río, no obstante, parece indicar que estamos ante una infraestructura que perfeccionada por los romanos hubo de estar vinculada con la salida por el Guadalquivir de los productos mineros y agrícolas que afluían a la ciudad en los tiempos del primer milenio antes de Cristo y del Imperio de Roma. Llama la atención, en todo caso, y sugiere una datación antigua de la obra, que superaría los tiempos romanos, el aspecto colosal e irregular de los bloques ciclópeos, que están colocados unos sobre otros sin utilizar ningún tipo de material de traba. Es también objeto de discusión el hecho de si el nombre de Peñaflor en época romana (Celti) podría hacer alusión, o no, a la posible presencia de tribus célticas, que podrían haber acudido en tiempos remotos a este lugar atraídos por la riqueza minera de su entorno. Muchos piensan que pudo ser así y posteriormente los romanos habrían conservado el nombre en la medida en que todavía perduraba el recuerdo de esos hombres de origen indoeuropeo. Las excavaciones que se vienen realizando en Peñaflor, en el paraje de la Viña, vienen aflorando de manera paulatina los restos de diversas estructuras urbanas que presentan dos niveles de ocupación sucesivos. En el primero, turdetano-romano, se estaría manteniendo en esencia la antigua ciudad ibérica, en tanto que en el segundo, que se corresponde con el esplendor de Roma (siglos I y II) es cuando se levanta el foro de la ciudad. En estos momentos del Imperio es cuando, según una inscripción cordobesa, un personaje llamado Flavio ocupó el cargo de sacerdote del culto imperial, allá por los años 215 y 216 d.C. La inscripción indica que este individuo era hijo de un celtitano de nombre Marco Basíleo, lo que parece confirmar la importancia de Celti en estos tiempos ya que solo los miembros de las familias más influyentes podían aspirar a desarrollar este tipo de cargos.
Hipogeos romanos Se alzan en las inmediaciones de la Iglesia Parroquial, en un promontorio de piedra caliza cuyas alturas están coronadas por los lienzos de tapial del castillo musulmán. Todas las tumbas están situadas en el lado derecho de la actual Calle Cuevas, subiendo desde la iglesia, en lo que antiguamente fue una necrópolis situada más allá de las murallas de Celti, de la que también estaba separada por las aguas del arroyo Moreras. El conjunto, que fue estudiado por José Francisco López Muñoz en un estudio publicado en el número 12 (enero de 2005) de la revista “Arte, Arqueología e Historia”, está integrado por un total de diez cuevas, de las que ocho fueron construidas por el hombre y las otras dos son naturales. Algunas de ellas son de incineración, como es el caso de las dos cuevas de Zalaméa: otras de inhumación, con arcosolios, como la cueva Robledo Blanco, y otras son mixtas, ya que presentan tanto lóculis como arcosolios (lo que sucede en la cueva de la Mochuela). No podemos sino llamar la atención sobre el hecho de que este conjunto de hipogeos romanos constituye un claro ejemplo de lo que podríamos denominar “Arqueología viva”, ya que las cuevas están integradas como anexos de las viviendas alzadas a su lado, y la mayor parte de ellas siguen estando habitadas en la actualidad, siendo utilizadas usualmente como trasteros. Debemos dejar expresa constancia de nuestro agradecimiento a las personas que las habitan, que no dudaron en permitir el acceso de nuestro grupo (integrado por un total de 19 personas) en un momento, además, de especial penosidad ya que la lluvia caía copiosamente. La visita a los hipogeos romanos de Celti nos invita a reflexionar sobre las creencias acerca de la muerte en el mundo antiguo. Las cuevas, que se adentran en la tierra, evocan el mundo simbólico del Reino de los Muertos que los romanos situaban en el inframundo existente bajo nuestros pies. Monumentos como estos hipogeos, tan bien conservados como desconocidos para la comunidad científica, permiten sugerentes reflexiones acerca del simbolismo del mundo infernal en los tiempos clásicos.
Críspulo y Restituto En el curso de la jornada tuvimos también oportunidad de visitar la Ermita de los Santos Mártires, en la que según la tradición habrían encontrado la muerte los santos Críspulo y Restituto, en el contexto del ansia de martirio propio de los exaltados mozárabes de los tiempos emirales. Siempre según la leyenda, de la sangre de los mártires habría brotado una flor en la roca de la que procedería el actual nombre de Peñaflor. La ermita, en todo caso, está reutilizando un antiguo hipogeo romano, relacionado con la necrópolis de la que antes hablábamos. Tiene planta rectangular y está dividida en dos pequeñas salas cuadradas. Por debajo del altar que se sitúa en una de las salas se podría acceder a un pasadizo subterráneo que según los lugareños tendría diversos puntos de salida por otros lugares de la ciudad. Parece, incluso, que en los tiempos posteriores a la Guerra Civil de 1936 esos escondrijos de remoto origen fueron refugio de un “topo” republicano que en ellos habitó durante muchos años.
Ermita de Villadiego Terminamos la visita a la población de Peñaflor desplazándonos a la cercana Ermita de la Virgen de Villadiego, situada a pocos kilómetros de distancia, en la carretera que se dirige a la cercana Lora del Río. Llama la atención que tanto en los jardines de la ermita como en su interior se conservan multitud de vestigios que rememoran los tiempos de la presencia de Roma en estas tierras del valle del Guadalquivir. Destacamos la interesante colección de inscripciones epigráficas, varios sarcófagos, diversos fustes y capiteles de columnas...
La propia ermita está construida utilizando materiales de tipo mudéjar y cuenta con tres naves, con cabecera cuadrada, estando adosada a una torre que se fecha en los tiempos inmediatamente posteriores a la conquista de estos lugares por las tropas de Fernando III. Se sabe que Peñaflor fue tomada por la Cristiandad en 1240 y poco tiempo después, tras la caída de Sevilla, la repoblación de estas tierras fue confiada a la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén (los caballeros Hospitalarios), que a mediados del siglo XIII tenía varias encomiendas en Tocina, Alcolea, Lora, Peñaflor y Almenara, que dependían de la Bailía que la orden había establecido en Setefilla, en las inmediaciones de la actual Lora del Río, en otro paisaje de espectacular belleza natural. La torre de Villadiego, que tuvimos oportunidad de visitar, se integra en el sistema defensivo que tomando como núcleo el castillo de Setefilla se distribuía por diversos lugares del valle y de la sierra cercana, como defensa ante la amenaza que el cercano Reino de Granada suponía para estas tierras de Sevilla y Córdoba en los años que siguieron a la conquista cristiana.
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