SEMINARIO CÓRDOBA ARQUEOLÓGICA |
Actividades - Año 2004
Ildefonso Robledo Casanova
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Museo de Ulía Texto: Pablo Moyano Llamas
Fotografías: Ildefonso Robledo Casanova
En
agosto de 1965, Monseñor Fernández
Conde se dignó nombrarme párroco de Montemayor. Yo de Montemayor no sabía
nada apenas. Tan sólo había estado una vez, en una boda de un paisano mío.
Pero al llegar, ya llevaba en las alforjas y muy metida en el fondo del alma la
afición por las piedras, nacida en los años del Seminario y acrecentada en los
años siguientes. Al
llegar a Montemayor me llamó la atención ver en el patio de la Casa
Parroquial tres proyectiles de piedra y un ventanal gótico en piedra. También
una lucerna. Al preguntar por su origen me dijeron: De eso hay mucho por aquí,
sobre todo en “El Cañuelo”. Me dijeron que allí había estado la ciudad de
Ulía, que fue fiel a la causa de César y mereció el nombre de “Fidentia”. Un simple paseo por los alrededores de Montemayor me hizo darme cuenta de que el suelo estaba sembrado de restos ibéricos y romanos. Muy pronto redacté una nota breve suplicando a los vecinos que entregaran cualquier posible vasija, restos de cerámica, monedas, piedras con inscripciones, en fin todo aquello que encontraran y les pareciera raro. Era necesaria una tarea de mentalización para evitar la pérdida de todos esos vestigios.
En poco tiempo monedas, lucernas y
proyectiles se iban acumulando. Las depositaba en el patio de la casa, con
disgusto de Carmen Rabasco, paisana de Santaella que cuidó a mi madre y a un
servidor durante doce años. Su única pregunta era ésta: “¿Y eso para que
sirve? Para estorbar”. Poco después
construí una vitrina y coloque todo el material en un pequeño salón de la
parroquia que pomposamente comenzamos a llamar Museo. Ya teníamos el Museo de
Ulía en ciernes. Paralelamente me obsesioné con el tema de Ulía, reuniendo
todo cuanto se había escrito sobre ella. Piedras y textos habrían de darme pie
para comenzar mis colaboraciones en el “Diario Córdoba”. Esas notas no
pasaron desapercibidas para Don Rafael Castejón ni para Don Juan Bernier.
Tampoco para un practicante de Fernán Nuñez, el Sr. Crespín Cuesta. Sin embargo, la idea de formar un Museo Local en Montemayor no se veía
bien en ciertas esferas de Córdoba y de Madrid. Pronto un telegrama ordenaba
entregar el material en el Museo de Córdoba. Imperaba un centralismo radical
que venía a negar a los pueblos el derecho a su patrimonio. Como el asunto
tomaba un color ciertamente negro tuve que solicitar al Obispado de Córdoba que
declarara al Museo de Ulía como Museo Oficial de la Iglesia. No sabíamos si la
petición se adaptaba a las leyes vigentes pero lo cierto es que el Vicario
Capitular –Sede Vacante- Don Juan Jurado Ruiz, se apresuró a dar ese Decreto.
Hicimos así el primer inventario de piezas y esperamos la llegada de nuevos
tiempos en que se tendría otra mentalidad comprendiendo que los Museos Locales
habrían de ser la mejor forma de salvar para siempre una buena parte de nuestro
patrimonio. Paulatinamente, no pocos Municipios se fueron embarcando en la hermosa
tarea de ir formando sus propias colecciones. Santaella, Cabra, Doña Mencía,
Fuente-Tójar, Montilla, Puente Genil. Un rosario de pueblos estaban embarcados
en esa labor, ya imparable afortunadamente. Cuando el local en donde exponíamos
nuestra colección se estaba quedando pequeño, un golpe de suerte nos facilitó
su nueva ubicación. En efecto, al picar una pared del templo para enlucirla,
descubrimos un arco de medio punto que daba acceso a lo que había sido sala de
osario de la iglesia. Gracias a la unión de esa sala con un aljibe contiguo se
pudo contar con dos nuevas estancias que si bien eran pequeñas lo cierto es que
resultaban suficientes para exponer las piezas, que ya sobrepasaban por entonces
las trescientas. Prehistoria
Nuestros vestigios de este momento del pasado son modestos. No obstante,
encontramos hachas talladas más o menos toscamente que se remontan a 150.000 años.
Es espléndida la colección del Museo de Santaella. Montemayor no cuenta con un
número tan amplio, pero en las vitrinas del Museo de Ulía se pueden contemplar
nada menos que unos catorce ejemplares en sus dos facetas: piedra tallada
toscamente y también hachas pulimentadas. Pero si Santaella nos gana en hachas,
no es así en pequeñas puntas de flecha, de silex. Nada menos que sesenta y
siete se pueden contemplar en la vitrina central de la primera sala. Bien es
verdad que muchas de ellas tienen un origen sahariano, pero otras han sido
halladas en Montemayor y más concretamente en el llamado “Cerro de la
Alcoba”, junto a los restos de un ajuar funerario.
También cabe resaltar la existencia de
un par de colmillos de animal anfibio, así como catorce fósiles de almejas
gigantes y otros restos de crustáceos petrificados.
Las
cerámicas de Ulía
Típicamente española es la llamada
cultura de los vasos campaniformes. Montemayor no es ajeno a esa cultura.
Vasijas de barro negro, quemadas en la incineración, han aparecido en diversos
lugares de sus alrededores, sobre todo en el “Cerro de la Ahorca” y en el
“Cerro de la Alcoba”. Al pie del primero debió existir una gran necrópolis.
Cuenta el Museo con una vasija intacta de ese cerro. También cerca del
cementerio apareció un gran trozo de vaso campaniforme, preciosamente estriado
en formas geométricas. Son sin duda los restos más antiguos de la cerámica
Uliense.
Pero
es de restos de cerámica ibérica de los que los terrenos colindantes a
Montemayor están repletos. Desgraciadamente no contamos con vasijas íntegras,
pero sí con muchos trozos. La dispersión de los hallazgos denota que la Ulía
prerromana contó, siglos antes de Cristo, con una población muy numerosa.
Cuenta el Museo, por otro lado, con
abundante cerámica romana, destacando ocho vasijas o ánforas perfectamente
conservadas. Algunas aparecidas en el mismo casco actual (calle de la Rambla,
calle Justo Moreno, junto a la iglesia de La Asunción, etc.).
Sobresalen dos grandes tinajas aparecidas en el pago de “Rayos y
Matas”, entre Fernán-Nuñez y Montemayor. Abunda también la cerámica romana
en los alrededores del castillo de Dos Hermanas.
Las
lucernas del Museo
Se exhiben en la segunda sala
veinticuatro lucernas de barro. Se dividen, casi a partes iguales, en romanas y
árabes. Alguna de ellas, por su barro especial, parece que se remonta a tiempos
anteriores al cristianismo. Particular importancia tiene para mí una lucerna
romana que presenta un relieve con los mismos motivos de la moneda de Ulía, de
la que hablaremos pronto. Resalta también una lucerna árabe, vidriada y que
según los entendidos tiene una inscripción: “El Imperio para Alá”. Según
me dicen, algunas de esas lucernas sirvieron de candiles en las casas hasta
después de la Guerra Civil.
Proyectiles
y glandes
Las fuentes antiguas nos hablan de dos
cercos a la ciudad de Ulía. Una de esas fuentes es el “Bellum Alexandrium”,
que narra la marcha de Casio Longino hacia la misma y el cerco a que la sometió
Marcelo. Este último, según esas fuentes, acampó cerca de Ulía y se dispuso
a bloquearla.
La segunda fuente es el “Bellum
Hispaniensis”. El cerco de Ulía, la fiel, y la derrota de las huestes de Gneo
Pompeyo por Julio César constituyó el principio del fin, ocurrido pocos meses
más tarde con la batalla de Munda.
El Museo conserva diversos vestigios de
esos asedios. Nada menos que treinta y cuatro proyectiles de piedra se han
podido rescatar. Muchos de ellos procedentes del “Cerro de la Ahorca”, cerca
del actual cementerio y del camino de La Zargadilla. Han sido cientos los
glandes allí encontrados, así como monedas de todo tipo. Pensamos que allí se
estableció un campamento romano durante un cierto tiempo. Otros lugares en los
que han aflorado este tipo de piezas son las propias laderas de la villa y el
denominado “Cerro de la Ahorca”.
La
colección numismática
Amplia es también la colección numismática
del Museo, como corresponde a una antigua ciudad de tanta importancia. Entre
ellas destacan las emisiones de la propia Ulía, algunas de ellas muy bien
conservadas. Se trata de monedas de un arte tosco y simplista, similares a las
de Carmo, Onuba u Obulco. En el anverso tienen la cara de una divinidad. También
una media luna y una espiga. La diosa tiene un collar de perlas rodeando la
cabeza y está ceñida por red de gargantillas. El epígrafe de Ulía está
rodeado de unas ramas de olivo con frutos, lo que prueba la estima de los
nativos por ese cultivo, del cual se sentían orgullosos.
Han sido cientos las monedas del Bajo
Imperio encontradas en lugares como “El Cañuelo”, “Los Ilones” o “La
Zargadilla”, es decir, allí donde proliferaron las villas, junto a los
manantiales y arroyos que fecundaban la fértil campiña uliense.
Las
inscripciones de Ulía
Las lápidas romanas de Ulía son otro de
los grandes testimonios de su dominación romana. Seis de ellas conserva el
Museo. La primera de ellas debió ser parte del frontispicio de una casa
solariega o del pedestal de un monumento. Aunque está muy incompleta se ha
conservado intacta una parte del primer renglón donde pone con toda claridad
Ulienses. Procede de un olivar entre Dos Hermanas y Montemayor. La ausencia de
toda edificación demuestra que no era propia de aquel sitio sino arrojada allí
por casualidad.
La segunda inscripción está consagrada
a un hijo de Augusto, “Caio Caesari. Augusto Patrono”. Procede del dintel de
la antigua cárcel, frente al Ayuntamiento, pero se ignora su emplazamiento
original.
Particular importancia tiene la inscripción
consagrada a un tal Cornelio. Dice:
Se trata de una lápida reutilizada, y
por el tipo de letra distinta y hasta por el arcaísmo del pontufex en vez de
Pontifex, se puede decir que entre la muerte del primer difunto, Lucio Cornelio
y el segundo, Lucio Danquino, median por lo menos cincuenta años. En ambos
consta el “cursus honorum” de los dos personajes. Uno, Cornelio, era duunvir
y pontífice o sacerdote de los dioses sagrados en el Municipio. Lástima que el
epigrafista haya omitido el nombre de Ulía, que lo da por sobreentendido. Del segundo difunto se afirma que
pertenecía a la tribu Galería; era duunvir, edil y prefecto en el Municipio.
Esta lápida se fecha en el siglo I d.C. Fue encontrada en el pago de “Rayos y
Matas”, entre Fernán Nuñez y Montemayor. Otra inscripción del Museo es la también
sepulcral consagrada a un tal Caio Hermes. Es pequeña y de mármol blanco.
Procede de “El Cañuelo”. Dice:
A un niño perteneció otra de las
inscripciones conservadas:
Es curioso el “Receptus” que no se ha
encontrado en ninguna otra inscripción conocida en Ulía. Quizás podría
denotar una connotación cristiana.
Los
bronces
Sobresale el hacha que se encontró en el
“Cerro de la Alcoba”, que formaba parte de un ajuar funerario. Se conserva
impecablemente y mide unos diez centímetros de largo por unos siete de ancho.
También destaca una figura de guerrero
romano que quizás sirvió como elemento decorativo en algún mueble. Tiene un
escudo en la mano y su cuerpo se cubre de armadura. Apareció en “El Cañuelo”,
siendo donación de Doña Purificación Martín.
Otras piezas de bronce son una que
representa un racimo de uvas, que denota la importancia de la vid en estos pagos
(procede de El Cañuelo); una fuente de bronce encontrada también en ese lugar;
nueve puntas de flecha, de distintos tamaños y épocas; nueve anillos; doce
pasadores; seis colgantes-amuletos en forma de lagartitos...
La
colección de esculturas Ante todo, manifestamos nuestra esperanza
de que algún día puedan formar parte de la colección del Museo las dos piezas
ibéricas que se guardan en una sala del castillo Ducal de Frías. Se
encontraron en el mismo jardín del castillo. La primera es un carnero ibérico
que conserva algunos restos de policromía. La segunda representa el cuerpo de
un guerrero, con rodilla en tierra como si estuviera en actitud de tirar una
flecha. Es de piedra blanca.
Del “Cerro de la Alcoba” procede la
escultura más antigua del Museo se trata de la cabeza de un caballo, de origen
ibérico; pero, sin duda, el mejor filón para nuestras esculturas lo proporcionó
la finca “Zargadilla”. Allí se ubicaba una espléndida “Villa”. La
suerte, de un lado, y la generosidad de los dueños, Fernando Carmona y Antoñita
Carmona, han hecho que las mejores piezas procedan de allí. Destacamos la
figura de un sátiro, cubierto de piel de cabra, así como la figura del
denominado “León de la Zargadilla”, cuya melena y cara están esculpidos
admirablemente. Es de mármol blanco. Le faltan las patas, pero el rostro denota
una gran fiereza, al igual que su sugestiva melena.
Otra pieza bien conocida es la “Venus
de Montemayor”. Respira belleza y serenidad
sugestiva. Su pelo, con un moño alto y muy bien cuidado, denota la elegancia y
señorío de las matronas romanas ¡Lástima que sólo apareciera la cabeza! Otras piezas destacadas son un
“putto” de mármol blanco; una cabeza que podría representar a un miembro
de la familia Claudia; una cabecita de Hermes; un torso de Esculapio; una máscara
de Baco... Todas ellas nos hablan del esplendor de Ulía en los tiempos romanos
que alcanzaría su cenit y sus siglos dorados en los primeros de la civilización
cristiana. Esa presencia del Cristianismo en Ulía
debió ser muy temprana. Lucio Flavio Dexter, en su “Cronicón”, nos dice
que en la Bética, en Ulía, floreció en 139 después de Cristo San Cuadrado,
Obispo. Nada se conoce de su vida pastoral. Su fiesta se celebra el 21 de
agosto. A principios del siglo IV se celebra el
Concilio de Iliberris. A él asistió el Presbítero Víctor, de Ulía.
Thouvenet lo coloca en el décimo quinto lugar de los asistentes. El Obispo
Cuadrado y el Presbítero Víctor denotan ya una presencia cristiana remota en
la ciudad romanizada. El Museo conserva dos pequeños testimonios que podrían
reflejar esa implantación del Cristianismo. Está, por un lado, una piedra en
forma de huevo que tiene grabada la figura de un pez, símbolo de los
cristianos; de otro, la inscripción del niño Frigito, cuya palabra final, la
inscripción “receptus” podría denotar el reflejo de creencias cristianas. En el patio del castillo, finalmente, se
conserva una lápida sepulcral consagrada a una tal Lucía Segris que al final
de la dedicatoria nos dice: “Cum Potuero Veniam”, es decir, “Cuando pueda
volveré contigo”, que también podría evocar el sentido evangélico de la
muerte. Estas son, amigos lectores, las raíces y
las colecciones del Museo de Ulía, modesto Museo de Montemayor pero exponente
fecundo de una singular riqueza antigua, hoy rescatada para siempre, eso
esperamos, para el bien de la cultura.
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