La Boda se considera uno de los últimos cartones para tapiz pintados por Goya. En esta escena, el pintor recoge el matrimonio desigual y de conveniencia que tanto criticaban los ilustrados. Estos matrimonios permitían que el novio, feo y viejo pero muy rico, se casase con una muchacha por lo general bella, aunque pobre, quedando así ambos satisfechos, cuando menos la familia de la novia.
Por eso el pintor presenta al novio con rasgos simiescos y vestido de llamativo color rojo en el centro de la imagen; tras él vemos al padre de la novia junto al cura, ambos artífices de la unión, con una actitud alegre y desenfadada. A la izquierda queda la novia, triste por su destino (dicen que tiene colocados los zapatos al revés para protestar por su nueva situación); junto a ella se sitúan las primas y familiares que la miran con distintos sentimientos ante su próximo matrimonio: envidia, pena o jocosidad. En la esquina izquierda aparece el flautista que ameniza la marcha, acompañado por niños tiñosos que esperan que el padrino eche las monedas, según la tradición de la época. En la otra esquina, un viejo que parece sacado de las novelas de Dickens, contempla la escena, mientras un joven mira con pena a su supuesta anterior novia.
Goya ha situado la escena delante de un puente, empleado para indicarnos que estamos en el ámbito rural y para separar la zona iluminada del fondo del primer plano, más oscuro, creando así sensación de espacio y profundidad. La luz que penetra incide en las joyas y los abalorios de los asistentes a la fiesta, engalanados para la ocasión. La pincelada suelta que emplea y el tema indican que estamos ante una nueva concepción de un artista, hasta ese momento anclado en las tendencias imperantes en su época. —
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