ARTE, ARQUEOLOGÍA e HISTORIA

Úbeda

Visita guiada a Úbeda (20-11-2010)

Viernes 11 de marzo de 2011 por Baldomero Alcaide

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Úbeda (20-11-2010).

 

Por Baldomero Alcaide Pérez

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El día 20 de noviembre, le echamos valor, ya que el tiempo amenaza lluvia y, sin embargo, nos acercamos a Úbeda, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por sus numerosos monumentos, por su belleza y su riqueza artística. Durante el trayecto de ida, la Vocal de arte, Sra Alcántara, nos ameniza el tiempo con interesantes datos sobre ubetenses célebres tales como D Francisco de los Cobos y Molina, pieza clave para la política financiera de Carlos I, y D. Luis López de Ávalos, Adelantado de Murcia y Condestable de Castilla. También nos relata la leyenda del “Castillo de la Triste Condesa” (Arenas de San Pedro) cuya protagonista es Dª Mª de Luna, hija de D. Álvaro de Luna, a quien el todopoderoso marqués de Villena quería casar con uno de sus hijos.

La importancia artística de la Úbeda actual no se comprende sin apelar a la conjunción de dos personas que surgieron en la primera mitad del Siglo XVI. La primera de ellas es D Francisco de los Cobos y Molina (Úbeda, 1477 – 1547). De familia de hidalgos, empezó a ocupar cargos ya en la corte de los RR. Católicos; después de la muerte de Cisneros, marchó a Flandes donde pronto alcanzó el puesto de secretario del Emperador Carlos V, acompañándolo en los innumerables viajes que éste realizó por toda Europa. De vuelta a España, se ocupó de asuntos de Hacienda y de los problemas que tenía Carlos I para conseguir dinero. Casó ya con cuarenta años con una adolescente de catorce, Dª María de Mendoza y Pimentel, de la familia del cardenal Mendoza. Así fue como por su alto puesto en la Corte y su casamiento logró no sólo una gran fortuna, sino subir en la escala social al emparentar con la nobleza.

No sabemos de sus escrúpulos morales, sí que su pasión era conseguir entrar en el cielo directamente sin pasar siquiera por el purgatorio. Para conseguir esta meta y demostrar su poderío económico y social es por lo que mandó realizar muchas de las obras de arte que hoy admiramos en Úbeda.

La otra persona notable a la que Úbeda debe mucho es Andrés de Vandelvira, manchego de Alcaraz (Albacete), arquitecto y maestro de obras, que por un casual entró al servicio de D. Francisco de los Cobos.

Como he dicho, D. Francisco tenía una pasión: conseguir el cielo. Así, pues, pensó en construir una capilla (Sacra Capilla del Salvador) creyendo que con esto conseguiría parte de su anhelo y que, a su vez, fuera lugar de enterramiento para él y su esposa. Le hizo el encargo a Diego de Siloé, que a la sazón trabajaba en la construcción de la catedral de Granada. Éste hizo los planos y empezó la obra, tan lentamente que, transcurridos cuatro años, de los Cobos se quejaba diciendo: - “Yo no he visto a nadie que trabaje tan lento” - . A lo que Siloé contestaba: - “Yo no conozco a nadie que tarde tanto en pagar” -. De modo que rompieron su acuerdo y así es como Vandelvira entra en esta historia para seguir con el proyecto de Siloé, aunque adaptándolo a sus ideas y dándole muchos de sus toques personales.

No voy a dar datos de la capilla del Salvador y de otras obras del arquitecto Vandelvira, puesto que ya sabemos que todas son de estilo renacentista. Creo que lo mejor es acercarse y verlas “in situ”.

En la monumental plaza de Vázquez de Molina, que es el espacio donde se pueden ver juntos y a la vez más edificios renacentistas de toda Europa, además de la Sacra Capilla del Salvador, observamos el palacio del deán Ortega (hoy, Parador Nacional); el palacio del Marqués de Mancera; la Cárcel del Obispo; el Pósito; el Ayuntamiento actual, antiguo convento; la iglesia de Santa María, no renacentista, eternamente cerrada, eternamente en restauración, y sobre un pedestal, una estatua de Andrés de Vandelvira.

En nuestro recorrido por la ciudad, nos detenemos ahora en el sobrio palacio de D. Francisco de los Cobos; ante el convento de los Carmelitas Descalzos, lugar donde murió San Juan de la Cruz; en la casa – museo de los Granada – Venegas con su oratorio mozárabe; en la Casa de los Salvajes, construida para uso del camarero del obispo; continuamos pasando por el Museo Arqueológico, la iglesia gótica de San Pablo, el edificio del antiguo Ayuntamiento, ..., para llegar a la Plaza de Andalucía, antes Puerta de Toledo, con la llamada Torre del reloj, iglesias de San Lorenzo y de San Pedro, convento de Santa Clara y, al fin, la Sinagoga del agua, extraña construcción con su piscina con escalones usada para realizar las purificaciones.

Y la comida en el Museo Agrícola. Degustando los platillos de la tierra nos acordamos de nuestro ausente amigo Juan Gutiérrez y de lo mucho que hubiera “disfrutado” contemplando los más de siete mil cachivaches que se exponen en techos y paredes del restaurante.

Y la lluvia, quizás envidiosa, que también se ha apuntado para estar con nosotros en la visita a esta maravillosa ciudad, nos abandona en el momento en que nos dirigimos al autocar para regresar a Córdoba.


Baldomero Alcaide

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