ARTE, ARQUEOLOGÍA e HISTORIA

ÁFRICA Y EL MUNDO ANTIGUO

EL PERIPLO DE HANNÓN Y OTRAS EXPEDICIONES LEGENDARIAS

Jueves 19 de mayo de 2011 por Ildefonso Robledo

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ÁFRICA Y EL MUNDO ANTIGUO

EL PERIPLO DE HANNÓN Y OTRAS EXPEDICIONES LEGENDARIAS

 

Ildefonso Robledo Casanova

Las tierras del África tropical, como consecuencia de la desertización del Sahara en los tiempos finales del Neolítico, quedaron aisladas con respecto a las culturas que se fueron desarrollando en la antigüedad en el mundo mediterráneo, de modo que habrá que esperar a la Baja Edad Medía para que árabes y beréberes, que atravesaban el desierto de una manera regular siguiendo las rutas caravaneras, mantengan un contacto sostenido con los pueblos subsaharianos. De tiempos anteriores, sin embargo, nos han llegado noticias legendarias que nos hablan de ciertos periplos marinos por las costas africanas, alguno de los cuales, de ser cierto, habría conseguido bordear África en una época que se fecha en el entorno del año 600 a.C.


Necao y los fenicios

A pesar de que el mundo egipcio mantuvo relaciones estrechas con los pueblos del Mediterráneo lo cierto es que las noticias que se tenían en la antigüedad sobre las tierras interiores de África eran ciertamente confusas. La moderna arqueología ha confirmado que las huellas de una posible presencia del mundo clásico en el sur del Sahara son prácticamente nulas antes de los tiempos tardíos, a partir del siglo II d.C., cuando las tropas auxiliares sirias que protegían los intereses de Roma en el norte de África introdujeron en estas tierras el uso del dromedario, que habría de alcanzar su auge a partir del siglo III. Será entonces cuando se intensificará el tráfico comercial sahariano y aparecerán restos arqueológicos que confirmarán esa actividad. Así sucede con las monedas romanas del siglo IV encontradas en la tumba de Tin-Hinan, de Abalessa, descubierta en Ahaggar.


Sin embargo, los historiadores griegos antiguos nos han transmitido ciertas noticias que circularon en la antigüedad que nos hablan de intentos decididos de explorar las costas africanas por parte de expediciones egipcias y persas. Así, por Heródoto, sabemos que un contingente fenicio recibió el encargo del faraón Necao (hacia 600 a.C.) de intentar la circunnavegación del continente. Seguimos a este historiador: “En ese sentido es evidente que Libia (nombre que los antiguos daban a África) está rodeada de agua por todas partes, salvo por el lado en que confina con Asia; que nosotros sepamos el rey de Egipto Necao fue el primero que lo demostró, ya que, tras interrumpir la excavación del canal que, desde el Nilo se dirigía al golfo arábigo, envió en unos navíos a ciertos fenicios, con la orden de que, a su regreso, atravesaran las columnas de Heracles (actual Estrecho de Gibraltar) hasta alcanzar el mar del Norte (Mediterráneo) y llegar de esta manera a Egipto. Los fenicios, pues, partieron del mar eritreo (Mar Rojo) y navegaron por el mar del sur (Océano Índico). Y cuando llegaba el final del otoño, atracaban en el lugar de Libia en que, en el curso de su travesía, a la sazón se encontraban, sembraban la tierra y aguardaban hasta la siega. Y, una vez recogida la cosecha, reemprendían la navegación, de manera que, cuando habían transcurrido dos años, en el tercer año de travesía doblaron las columnas de Heracles y arribaron a Egipto. Y contaban –cosa que a mi juicio no es digna de crédito aunque puede que lo sea para alguna otra persona- que al contornear Libia, habían tenido el sol a mano derecha”.



Fracaso de Sataspes


Es difícil que podamos contrastar en nuestros días hasta que punto las noticias que nos ha transmitido Heródoto son fiables. No existen dudas con respecto a los viajes que en la antigüedad se realizaban vía Mar Rojo hasta las tierras ubicadas en las costas del Océano Índico. Los vientos monzones, con sus alternancias, facilitaban tanto el viaje de ida como el de regreso. La afirmación, increíble para Heródoto, de que los marinos en un momento determinado habían visto elevarse el sol por su derecha, es cierta siempre que hubieran sido capaces de doblar el Cabo de Buena Esperanza y brinda por ello un halo de verosimilitud al relato. Sin embargo, la posibilidad de remontar las aguas del Atlántico en el tramo entre el actual Senegal y Marruecos, siempre con el viento en contra, parece una prueba imposible de superar con los medios que los marinos de esos tiempos poseían.


En todo caso, el mismo Heródoto, en otro pasaje, nos habla de otro personaje, el persa Sataspes, que a principios del siglo V a.C. habría sido también enviado con la misma intención de explorar las costas africanas, fracasando esta vez en su intento. En efecto, dice Heródoto: “el aqueménida Sataspes, hijo de Teaspis, en el curso de su travesía no logró contornear Libia, pese a que se le había enviado con ese objetivo. Al contrario, por el temor que le inspiraba la magnitud y la soledad del viaje, volvió sobre sus pasos sin haber llevado a cabo la empresa que la había impuesto su madre...”.


Y más adelante: “entonces Staspes se llegó a Egipto, fletó una nave con marineros de esa nacionalidad y se hizo a la mar con rumbo a las columnas de Heracles. Tras haberlas flanqueado y haber doblado el cabo de Libia cuyo nombre es Solunte, puso proa hacia el sur. Al cabo de muchos meses llevaba recorrida por la superficie del mar una considerable distancia, pero, en vista de que siempre faltaba un trayecto superior, viró de bordo poniendo rumbo a Egipto”.


Todas estas noticias que el pasado nos ha transmitido gracias a la labor recopilatoria de Heródoto, nos están hablando de diversos intentos de los antiguos por arribar a las tierras remotas del África negra y es probable que tengan un cierto trasfondo de veracidad. No importa demasiado que estas informaciones concretas sean ciertas o no, lo importante es que reflejan aun cuando sea de manera legendaria el interés de aquellos hombres por conocer unas tierras remotas. Quizás los fenicios no llegasen nunca a remontar el Cabo de Buena Esperanza, pero aún en ese caso todo parece indicar que no habrían estado demasiado lejos y que habrían sido sus informadores locales los que les habrían hecho saber que más allá de ese punto se producía un cambio notable de rumbo para los navíos que bordeaban la costa y que a partir de ese momento todos afirmaban que el sol, al amanecer, se situaba a la derecha del navegante.


Comercio mudo


Es un hecho constatado que fenicios y cartagineses mantuvieron estrechos contactos comerciales con los pueblos del sur de Iberia y que aprovechando los conocimientos que los marinos tartesios poseían de la costa noroccidental africana hicieron viajes comerciales por la zona, arribando hasta las tierras situadas al sur del Marruecos actual y tomando conocimiento de la existencia de las islas Canarias y Madeira. Heródoto, refiriéndose a los cartagineses, nos ha transmitido noticias concretas que nos hablan de una curiosa forma de intercambio comercial entre los púnicos y los nativos de la zona que, a pesar de desconocer sus lenguas respectivas, no por ello dejaban de realizar pingües intercambios. En efecto: “En Libia, allende las columnas de Heracles, hay cierto lugar que se encuentra habitado; cuando arriban a ese paraje, descargan sus mercancías y las dejan alineadas a lo largo de la playa y acto seguido se embarcan en sus naves y hacen señales de humo. Entonces los indígenas al ver el humo acuden a la orilla del mar y, sin pérdida de tiempo, dejan oro como pago de las mercancías y se alejan bastante de las mismas. Por su parte, los cartagineses desembarcan y examinan el oro; y si les parece un justo precio por las mercancías, lo cogen y se van; en cambio, si no lo estiman justo, vuelven a embarcarse en las naves y permanecen a la expectativa. Entonces los nativos, por lo general, se acercan y siguen añadiendo más oro, hasta que los dejan satisfechos. Y ni unos ni otros faltan a la justicia; pues ni los cartagineses tocan el oro, hasta que a su juicio haya igualado el valor de las mercancías, ni los indígenas tocan las mercancías antes de que los mercaderes hayan cogido el oro”.


La arqueología ha confirmado esa presencia de los comerciantes púnicos en la costa occidental de Marruecos, en tanto que las fuentes antiguas han situado en la que denominan isla de Cerne la factoría más meridional existente en la zona, isla que posiblemente tengamos que identificar con la actual Mogador. Es conocido que allí los púnicos ofrecían productos cerámicos que intercambiaban por pieles de ciervos y felinos (leones y leopardos) así como colmillos de elefantes que aportaban los pueblos etíopes. Por esas mismas fuentes (el denominado “Pseudo-Escílax”) sabemos que los nativos producían un vino local con las uvas que cultivaban en sus propios viñedos, lo que hace que el lugar, al ser ese cultivo impropio de parajes tropicales, haya de enmarcarse no lejos de la actual zona sur de Marruecos. Para diversos autores, entre ellos Gómez Espelosín, Cerne no sería una isla real sino que en la visión griega del océano Atlántico representaría un punto imaginario más allá del cual sería totalmente imposible navegar.


Por las fuentes antiguas que venimos manejando sabemos que púnicos y griegos tenían conocimiento de que en la costa africana, frente a la isla de Cerne, habitaban los denominados etíopes, pueblo que, según algunos, venía ocupando sin interrupción todas las tierras que se extendían desde Egipto hasta estos fabulosos lugares. En los viejos poemas homéricos y en la literatura griega más antigua la tierra de los etíopes era un lugar privilegiado que se distinguía por gozar del favor de los dioses, que habían hecho que sus habitantes, a pesar de ser de piel negra, fuesen especialmente bellos y esbeltos. Fuera de esta vieja visión mítica lo cierto es que el conocimiento real que el mundo clásico tenía acerca de los hombres de color que habitaban África más allá de Egipto era confuso. Era muy escasa la información fidedigna que se poseía entonces de estos pueblos que se situaban en los confines meridionales del mundo conocido.


En el denominado “Periplo del Pseudo Escílax”, posiblemente una compilación de textos anteriores que habría sido realizada en el entorno del año 335 a.C., se nos brinda una interesante información acerca de los parajes a los que antes nos hemos referido: “La navegación a lo largo de la costa desde las columnas de Heracles hasta el promontorio de Hermes (debe hacer referencia a la zona del cabo de San Vicente) es de dos días. Desde el promontorio de Hermes hasta el promontorio de Solunte (se identifica con el actual cabo Cantín) la navegación costera es de tres días. Desde Solunte hasta Cerne la navegación costera es de siete días. La navegación total desde las columnas de Heracles hasta la isla de Cerne es de doce días. Las partes de más allá de la isla de Cerne ya no son navegables a causa de las aguas poco profundas, del lodo y de las algas. Las algas son de una palma de ancho y la parte de arriba es en punta de modo que se clavan. Los comerciantes son fenicios; cuando llegan a la isla de Cerne, fondean los barcos mercantes y en la isla instalan sus tiendas; una vez que han obtenido el cargamento ellos mismos lo transportan en pequeños navíos hacia el continente (las costas africanas). Hacia el continente están los etíopes. Estos etíopes son con los que establecen tratos...”.


El periplo de Hannón

En este contexto de una presencia efectiva de fenicios y cartagineses en el costado noroccidental de África debemos situar ciertas noticias que nos hablan de una hipotética expedición marítima púnica que quizás habría alcanzado lo que hoy son costas del Senegal, o incluso hasta algo más allá. Se trata de un texto griego que estaría traduciendo un documento original cartaginés que se atribuye a un tal Hannón y que nos habla de un viaje de leyenda del que sin embargo Heródoto no tuvo ninguna información, ya que no lo menciona en su obra. El texto, cuyos datos no han podido ser conciliados con la información que ofrece la geografía moderna, puede que sea una imaginativa mezcla de diversas referencias reales del litoral marroquí, que vimos que los púnicos conocían bien, con otras visiones tópicas y sorprendentes de las ignoradas regiones del África tropical. En todo caso, en palabras de Gómez Espelosín “a diferencia de otros Periplos, el de Hannón parece referir una experiencia personal, el testimonio de primera mano y autobiográfico de un hombre que ha afrontado un viaje hacia lo desconocido para abrir nuevos horizontes al conocimiento humano”.

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Vestigios de Cartago en la actualidad.

El texto del Periplo habría sido depositado en el santuario de Cronos (Baal Moloch) en Cartago por Hannón, un rey cartaginés de nombre muy común que no ha podido ser identificado. Según el texto este personaje, al mando de una flota integrada por sesenta penteconteros, habría emprendido un viaje colonizador por las costas de África, más allá de las columnas de Heracles. Para hacer realidad ese deseo de fundar nuevas colonias en esos apartados parajes la expedición habría estado integrada por una masa de treinta mil hombres y mujeres. Se nos dice que dos días después de traspasar las columnas fundaron la primera colonia, a la que pusieron el nombre de Timiaterio; posteriormente, levantaron un santuario a Poseidón en Solunte y, más adelante, fueron estableciendo nuevas colonias en diversos lugares que la arqueología no ha sido capaz de detectar: Fuerte Cario, Gite, Acra, Melita y Arambis. Prosiguiendo la navegación, los expedicionarios habrían arribado a la desembocadura del río Lixos, alcanzado finalmente la mítica isla de Cerne, acerca de la cual nos indican que: “Pudimos comprobar por el viaje realizado que se hallaba situada en línea recta desde Cartago, pues la navegación era la misma desde Cartago hasta las columnas que desde allí hasta Cerne”.


El Periplo de Hannón, de ser real, estaría describiendo un ambicioso viaje realizado en el siglo V a.C.; sin embargo, existen dudas razonables de su autenticidad, sobre todo si consideramos que los púnicos siempre se mostraron muy prudentes a la hora de divulgar sus expediciones marinas. Es notorio el sigilo con que guardaron sus conocimientos de las rutas atlánticas y se sabe que cuando se sentían seguidos por los romanos preferían hacer encallar voluntariamente sus naves para evitar así que sus enemigos conocieran esas rutas. La multitud de tópicos existentes en la antigüedad sobre los monstruos que poblaban las aguas del Atlántico y los inmensos peligros que allí existían para los navegantes habrían sido una invención de los púnicos para mantener así alejados de la zona a posibles competidores. Ya hemos mencionado, igualmente, que la investigación arqueológica no ha podido contrastar la existencia real de las colonias que se habrían fundado en este viaje y que se citan en el texto.

 

Tambores en la noche

El Periplo de Hannón, más allá de la isla de Cerne, ofrece sugerentes noticias que quizás nunca podamos confirmar si nos hablan de un viaje real o son simplemente producto de la fantasía y se limitan a recoger los conocimientos tópicos que sobre estas apartadas regiones se poseían en la antigüedad. Así, se nos habla sucesivamente de lugares habitados por pueblos salvajes que se vestían con pieles de bestias y que arrojando piedras impedían que los expedicionarios pudiesen desembarcar. Desde los navíos los hombres de Hannón habrían podido contemplar, atemorizados, inmensas regiones selváticas desde las que en la noche llegarían amenazadores griteríos: “No vimos nada durante el día, excepto la selva, en cambio de noche vimos numerosos fuegos que ardían y escuchamos el sonido de flautas y el estruendo de címbalos y de tambores y un innumerable griterío”. Llenos de temor los púnicos habrían contemplado como la tierra era poseída por el fuego, debido al parecer a la acción de un volcán, ya que en un lugar conocido como “El soporte de los dioses” el fuego llegaba casi a quemar las propias estrellas.


El texto finaliza con la llegada al golfo que los púnicos denominan como Cuerno del Sur, que para Gómez Espelosín sería el punto más extremo del sur, alcanzable tanto desde el oriente como desde el occidente y que podría corresponder en la concepción que los griegos tenían de África al entorno del Cabo Guardafui. En ese paraje, “en el entrante más profundo había una isla que era igual a la primera que contenía también un lago y en él había otra isla repleta de gentes salvajes, la mayor parte de las cuales eran mujeres de cuerpos muy velludos a las que los intérpretes denominaban “gorilas”, tras perseguir a los hombres no fuimos capaces de capturarlos sino que consiguieron escapar escalando por riscos escarpados y defendiéndose con lo que tenían a mano, en cambio pudimos capturar a tres mujeres que tras morder y arañar a los que las llevaban no quisieron seguirlos. Así que tras haberlas dado muerte las despellejamos y transportamos sus pieles hasta Cartago. Pues ya no continuamos la navegación más adelante al faltarnos las provisiones”.


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Necrópolis de Cartago

Retorno imposible

Del texto del Periplo algunos estudiosos han deducido que los púnicos podrían haber arribado en esta legendaria expedición a las costas del actual Senegal o incluso hasta algo más abajo de la cornisa africana, pero esa posibilidad ha sido combatida por investigadores como R. Mauny que, buen conocedor de la zona, ha sostenido de manera clara la imposibilidad del viaje de retorno utilizando los medios técnicos de navegación que se conocían en la fecha en que el Periplo habría sido realizado (siglo V a.C.). Parece irrebatible que barcos dotados de una vela cuadra y sin timón, aún cuando contasen con remos, no podrían contrarrestar la acción de los fuertes vientos que soplarían siempre en sentido contrario a la marcha. Los vientos alisios del nordeste y el régimen de las corrientes marinas entre el Senegal y Marruecos imposibilitarían el viaje de retorno. Sabemos, en este sentido, que existen noticias de navíos gaditanos antiguos que se perdieron en las costas africanas al haber traspasado los límites del río Lixos (al sur de la actual Agadir). Incluso en tiempos muy posteriores, en 1291, los hermanos Ugolino y Vadino Vivaldi, que intentaban nuevamente costear el continente africano, desaparecieron sin dejar ningún tipo de rastro. No sabemos hasta donde llegaron, pero lo indudable es que no pudieron regresar.

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Reconstrucción del puerto de Cartago.

Todo parece indicar que el Periplo de Hannón es un mero producto literario griego, en el que al modo de un relato de aventuras se recogerían noticias reales y fabulosas acerca de las regiones más occidentales y meridionales del mundo conocido, siendo su destino un público muy concreto integrado por los lectores cultos del ámbito helenístico. El relato ofrece, sin duda, una cierta dosis de credibilidad, en la medida en que se fundamenta en la contrastada presencia púnica en las actuales costas de Marruecos, si bien a medida que la acción se aleja de estos parajes conocidos el influjo de la fantasía parece incrementarse. Esa credibilidad exigía que los protagonistas de la acción fueran cartagineses; en otro caso el relato habría resultado inverosímil, ya que en esos tiempos la presencia griega en la zona era nula, debido a que los cartagineses controlaban de manera férrea las aguas del Estrecho y sabemos por los cronistas antiguos que todos los navíos que se acercaban allí eran hundidos irremediablemente. En el caso hipotético de que alguien hubiese intentado realizar este viaje fabuloso solo podrían haber sido los marinos de Cartago, lo que motivó que el autor griego del relato, que conocía esta circunstancia, decidiera incluirlos como protagonistas de su acción.

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Restos de las termas romanas de Cartago.


BIBLIOGRAFÍA

García y Bellido, A. (1945): “España y los españoles hace dos mil años, según la Geografía de Strabón”. Madrid.

García Moreno, L.A. y Gómez Espelosín, F.J. (1996): “Relatos de viajes en la literatura griega antigua”. Madrid.

Gómez Espelosín, F.J. (1985): “Viajeros de la Antigüedad”. Madrid.

Heródoto (1979): “Historia”, versión de C. Schrader. Madrid.


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