El 6 de mayo de 1652 estalló un grave motín en Córdoba motivado por una persistente crisis de subsistencias que se vivía en la ciudad y en buena parte de los territorios de la Monarquía Hispánica. El detonante fue el grito de dolor de una mujer anónima que, frente a la iglesia de San Lorenzo, logró galvanizar a la multitud presentando el cadáver de su hijo muerto por la hambruna. De forma espontánea estalló un motín popular reclamando pan y justicia al grito de ¡Viva el Rey y muera el mal gobierno! Después de hacerse dueños de la ciudad los amotinados lograron que se abarataran las subsistencias y la destitución del corregidor. Las secuelas del motín, que fue similar a otros surgidos en distintas localidades andaluzas, se prolongaron hasta en verano. La calma regresó a Córdoba pero solo gracias a medidas coyunturales sin que se abordasen las verdaderas razones que ocasionaban el hambre y la miseria de las clases populares.
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